viernes, 25 de septiembre de 2020

Ficciones y contradicciones. Contribución a la crítica de la ecología política (para un planeta más justo, naturalmente). Post-it 28


Archivo de Índex nº 132. Fascículo primero. Libro de castas.

Casta primera: el caballo
Convencido de ser de la progenie de Quirón y todo su autobombo (muy propio de la caballería que, como socios fundadores, exige un dividendo del 5 % de por vida en pago a su proeza de hacerse a sí mismos). Su afición a la ambrosía y el dulce se quiere cosanguínea, de cuando su educación con Apolo y Diana entre los arces de Arcadia, y a cada venablada, cada azaroso pronóstico médico o cada acrobacia infantil, era premiado con la miel del triunfo. 
Marimimado por los melgos (o gemelos) [¿se trata de una variante de esos adminículos de los puños de las camisas, desaparecidos cuando las mujeres empezaron a utilizarlos, o de qué estamos hablando? El traductor.], lozaneaba engreído de la envidia de su estampa, riñendo con los grifos burlándose de sus orejas de perro en cuerpo de león, embreándoles el plumaje para joderlos. Una vena centáurica que hizo declararse en huelga a los guardas jurados del tesoro de su preceptor Apolo, de modo que Helios hubo de contratar como a cuatro corceles esquiroles para tirar de su carro por puritito dinero. 
Desde entonces, los grifillos castigan sin compasión su codicia, enturbian a Quirón con ligereza de cascos, sudoración fría, agobio hipocondríaco y cobardía ante la idea de su muerte, pues aun siendo inmortal, pide a Zeus ser relevado de ella y pasar a habitar las praderas de Sagitario para poder presidir la eterna renovación de fin de año. Abdicante nato, pues, este tutor de héroes suele guiar hacia el fracaso a los más dotados entre rebrotes de profunda soberbia.
O nadie es perfecto, como se desprende de esta suerte de jaculatoria diderotiana o camembertiana.  [Se refiere a D’Alembert, pero podía haber sido perfectamente La Bruyére, otro gentilicio incluible en la tabla, a razón de los muchos agujeros del discurso de este señor. Y creo estar en condiciones de afirmar que lo que al principio eran para mí dudas de sentido ahora ya no lo son. Sirva como protesta, especialmente en lo que a mí respecta a la hora de tener que pulir un texto de esta catadura. El traductor]
Al darse tanto pisto y tirarse el moco de su éxito como elegidos por el mero hecho de pasar de quinceañeros (que en zoología es edad provecta y fuente de ascensos) y con esa fe a ti debida que como recurso de alzada sus mamporreros le desgranan a la oreja, son de esos tipos que pueden permitirse ser unos desahogados catapláusicos, sin saber que tal recurso retórico es un alfónimo ni que la majestuosa Alfa, venerado concepto deportado a potencia agregada superior, como la vía Pi o el código Xi, es la raíz sufijativa que por añadidura de nimo se troca en su relativo. Vamos, que lo ignoran todo, y eso no sin esfuerzo.
Su concepción despectiva de todo es tal, que ni con clases particulares dejan de ver la siglonimia, un suponer, como un miniproceso secular, y la siglación como una concentración parcelaria de centurias a partir de hechos agrarios. A eso les suena la ancestral reorganización rural que en forma de folletos pasó de generación en generación desde tiempo inmemorial, según consta en el estudio de Myriam Galbana, Fenomenología del Espíritu, una autoconstrucción del Tercer Milenio, en el que se intuye la prefijación de un sentido común bestial por decantación folinábica. 
[Se trata de un tipo de decantación intelectual positiva con origen en el humanitarismo ultraligero, apuntalado en las figuras de estilo, y de ahí su lema, “coger el rábano por las hojas”. Un uso y abuso que por su extensión (inter)planetaria, predominaría durante siglos como pandemia, generando en los animales, por sus pocas reservas, mentales sobre todo, y resistencias a virus, algo peor que la glosopeda, una enfermedad muy parecida pero craneal, conocida por glosolectia, que siempre se pensó era otro tracamundeo del propio Schrñ, muy dado a loar las especies más aristocráticas por boca de las más llanas, como el famoso párrafo de Avicena dedicado en forma de salmo a definir la esencia del jaco: “La caballeidad tiene una definición y esta definición no necesita de la universalidad, al contrario; ella es aquello a lo cual, a título de accidente, le adviene la universalidad. He ahí por qué la caballeidad no es otra cosa que solamente caballeidad: en sí misma no es ni una ni múltiple (...). Además, ella no es ni en acto ni en potencia, en el sentido en que eso hiciese parte de la esencia de la caballeidad, lo que ella es lo es exclusivamente en virtud del hecho de que es solamente caballeidad”. El asesor científico].
Creíble o no, es fácil deducir que de entre su cohorte laudatoria, las más acólitas sean las ovejas, especialistas en verter rosarios tanto por delante como por detrás.

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