miércoles, 30 de septiembre de 2020

Septiembre


Septiembre es un placebo. Es el fondo de armario del resuello, un fin de siesta, quizás pintada de libido para esforzados cumplidores, que despierta entre profusos desperezos y cohetes festivos, satisfechos los unos por los frutos cumplidos del año, ilusionados otros por estar a la vista la nueva sementera, resulta ser un mes de festivales, certámenes y ferias –con alcaldes que el virus y las malas compañías dejan en uniféricos–, una muestra concelebrada de los sentidos renacidos por exhaustos, un mes al que dar rienda suelta de vendimia a vendimia. 
Por eso los que nos vendimian a nosotros, políticos, iberdrolos, telefónicos, repsolos o corteingleses, sabedores de que lo único que tiene (y mantiene) esto es el fondo de armario, en todos sus sentidos, establecen al Vendimiario como la treintena ideal del último sueño del verano, empalmado –quien pueda– al primer sueño, que es el mejor, de una larga noche, dicen que de insomnio, que acecha lobuna. 
Y entre reproche y bronca alientan a su disfrute, culposo, tú verás, para ti va a ser, luego no digas, haciéndonos creer en esa pequeña libertad de elegir entre el vivir y el vuelva usted mañana (a vivir). 
Y, naturalmente, escogemos el hoy por mí, mañana por mí, también, pues de sobra sabemos que, si todo es volver, a la escuela, al curro, al desuello de la compra, a la aglomeración, al pánico, también se inicia la aventura de desandar caminos, y reanudar, y pisar lo trillado, no por más conocido menos venturoso, y de seguir, en suma, pese a todos esos prácticos del palo y la zanahoria que tan pronto te azuzan a que corras como te aprietan el bocado y que frenes. Esos malbichos. 
Tal vez por eso, y porque sea un espejismo de que todo sigue pese a todo, septiembre sea esa quimera feliz y placentera que da la ausencia de dolor, hasta que llega. Y eso que a mí me cuesta aceptarlo como mes de salida. Quizás porque mis vueltas al cole eran en octubre, y salíamos en estampida de la escuela –algo que se ha perdido para siempre–, a lo mejor porque entonces los niños teníamos cosas (¿mejores?) que hacer fuera de clase. O quizás para vivir siempre en septiembre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario