viernes, 11 de septiembre de 2020

Sala de espeeera


Ya sé que la esperanza es lo último que se pierde (y más si tu suegra se llama así), pero no puedo evitar la sensación de haber consumido ya mi tiempo y estar, más que en una prórroga, en una especie de postvida (o premuerte, qué más da), en ese limbo vital que es estar simplemente atrapado en el tiempo para nada, en un anticipo de la nada pero light.
 
Pues, aunque esto sea una mierda, no nos podemos ni quejar, por si dura poco, que diría Allen. En el Renacimiento al menos tenían el Infierno, que se puso de moda, claro, para conminar al personal a que lo que le esperaba era aún peor que el Purgatorio que vivían. 
Y es que, pese a la guerra, hambre, peste y muerte a tutiplé, todavía les quedaba tiempo para divertirse, y no solo con lo malo mencionado –si es que la comida, el vino y el sexo son buenos–. Cuanto ni más ahora, que te dicen, tranquilo, que esto es temporal y la fiesta aún no ha acabado. 
Pues te vas de jarana y que Dios reparta suerte. Pero como no te pueden amenazar con el Infierno, y el Purgatorio parece más una serie Netflix de las penalidades descritas por el Dante, en su versión más Disney, pues todo lo más te llaman la atención para que no te pases de rosca y te sientes, te sosiegues, te tomes algo (con pajita) y estés atento a la pantalla de la sala de espera en que esto se ha convertido, a que, entre anuncio y anuncio de portaos bien y tened fe (que algunos confunden con la sed), salga el gran jefe, y con su voz ahora queda e impostada, voz de pandemia –que no sé cuál de sus más de 600 asesores le ha aconsejado adoptar–, el hombre que susurraba a los jamelgos (televidentes) te musite, te ronronee el bolero de turno, Tú me acostumbraste, Algo contigo o Vuélveme a querer. 
Porque estos en realidad lo que han puesto es una gestoría, de la soledad, el ansia, la incerteza, la miseria, la desesperanza. Y no tienen prisa porque a más desazón mejor poltrona. Y ahí estamos, en la sala de espera, con los supervisores diciéndote si puedes ir a mear, que no hables fuerte, que pongas el bozo, y así. Una sala donde solo esperas con inquietud que te toque y te digan: pase el siguiente. Pero, ¿adónde?

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