jueves, 14 de enero de 2021

El claustro

 ¡No salgas! ¡Quédate en casa! Al primer copo, los gobiernos han volado –para eso sí– a reanudar su lucha ya desde el Covid (¡Mantén la distancia! ¡Protégete de los demás!) contra el encuentro e interactuación como forma productiva social, animando al homo clausus (con brotes promiscuos) que somos hace mucho, al encierro como gran panacea de todos nuestros males. Y con gran éxito: los móviles llevan echando humo va para un año. 

La comunicación ha dejado de ser presencial y en vivo –y llamar es lo más, un acto personal de entrega casi íntimo–, para ser solo en directo, burocrática, con público y notario (los demás, las operadoras, el control granhermánico), pues el móvil y las redes en particular son la nueva teatralidad de la integración social, como en el Renacimiento lo eran la etiqueta y la urbanidad como signos de modernización, y el que está fuera, quien no vive pendiente del móvil y no se autocoacciona aceptándolo como la gran premisa relacional, es un inadaptado, alguien que está fuera del proceso social. 

Una presión que acrecienta el miedo actual, suscitado siempre por los otros, sea a la guerra, a Dios o a uno mismo como ahora a esta soledad de pre-muerte (social, de momento), al abandono a un olvido anticipado cuyo paradigma son los muertos desde que el covid manda en nuestros miedos. Una muerte de lo más silenciosa, casi sutil, tan aséptica como queremos nuestras vidas, como jamás antes lo fue “bajo unas condiciones que hayan fomentado tanto la soledad”, que dijera Norbert Elias

Y sin embargo, de donde viene esa aberración relacional, por el ansia de independencia y autosuficiencia individual, es de la misma necesidad de interacción con los demás para encontrar sentido a la vida. Lo cual es una paradoja. Y un drama, el de no aceptar nuestra relativa autonomía, ni reconocer el nuevo miedo con el que contender, que nos lleva, no a la acción, sino al extrañamiento de lo social, cuya opacidad, su ininteligibilidad, está hecha de miedo; y al display como última ratonera. Así es que, perdonen la sentencia, pero si el guasap es hoy la máxima locuacidad, nos espera un mañana de lo más lacónico.

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