jueves, 4 de febrero de 2021

Extrañados

 Los políticos son la basuraleza de la sociedad: se han integrado tanto en su tejido que los consumimos en todo cuanto vivimos, siendo como los alimentos, que, o tragamos o pelechamos de hambre, pues si en nutrición lo ecológico, la biótica, bioética, el veganismo y demás son zarandajas, pues todo está conectado y contaminado, imagínate en lo social, donde encontrar un político sano es como hallar un nabo –con perdón– que no haya respirado aire podrido, aquí o en el Amazonas.

 

Habría que remontarse a Aristóteles, cuando aún no se había desnaturalizado todo, ni con los pesticidas ni con la corrupción como modo de vida. 

Y sin embargo, por aquello de la dialéctica social y sus contradicciones, los muy caínes siempre nos deparan alguna oportunidad. La última es la proporcionada por el extrañamiento a que nos han condenado, osease, a nuestra expulsión fuera del territorio, entorno o ámbito que es el exterior inmediato que nos rodea y nos es propio, impidiéndonos residir y circular en él e interactuar libremente con el prójimo, tratado como uno mismo, o sea mal, lo único en que esta jarca es democrática y nada discriminante. 

A los efectos, ese medio se va enrareciendo y con la distancia como medida de prohibición las cosas, los seres y las situaciones se nos hacen cada día más extraños. Lo cual puede ser una suerte. No porque eso te libre de plastas, marrones y pelmazos, que también, sino porque ese gulag sutil brinda la posibilidad de aprender a percibirlo como una obra de Brecht (aunque lo sea de Sánchez y Cía.), desde fuera, en tercera persona, no como un espectador que no puede creer lo que está viendo (porque quiere creer, y en esa realidad), sino como quien se desfamiliariza del paisaje, pues necesita descreer sistemáticamente de lo visto, por dudoso o irreal, y al leerlo en esa clave de trastorno, rareza y fantasía, y como no hay como camuflar algo para hacerlo más notorio, acaba haciéndose el relato más relevante de la realidad y así poder cuestionarla. 

Lo demás son dioptrías y servidumbre, pues, como dijo Cortázar, “hasta lo inesperado acaba en costumbre cuando se ha aprendido a soportar”. 

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