jueves, 12 de enero de 2023

Paz

 En la lista de (buenos) propósitos, deseos o meras pretensiones para este año ha subido muchos enteros, como cabía esperar tras un año de bombardeo mediático con bombardeos, el ansia infinita de paz: paz mundial, paz laboral, familiar, paz animal, paz sexual (¿), paz per tutti, muncha paaaz. Ah, y que baje el gas. 

Y aunque aún no tenemos datos de cuántas Mari Paz han sido inscritas ya en el registro, o si han vuelto los jipis, o si Margarita Robles ha pensado hacerse de Hare Krishna (hare, hare), que serían buena señal de lo en serio de ese súbito renacer de la pasión pacifista, el personal, en general parece satisfecho. Vamos por buen camino. 

No es que se haya conseguido el objetivo, que no era ese, pues el hacha de guerra, de cualquiera, está ahí y si a título individual nos repudia, al ser consustancial a la sociedad, la paz resulta algo retórico, algo que sabemos no existe, un imposible, y su petición, un postureo, que es el objetivo real. Como ir a la misa del gallo y tomar la comunión sin creer en Dios. Quedar bien con los demás para reconciliarse con uno mismo. 

Y es que, quien más, quien menos, se da un poquito de asco. Y se aprovechan las inmensas rebajas emocionales de la Navidad para reponer existencias de autoindulgencia plenaria, bula de egolatría y buenos sentimientos, y hacer acopio de autoestima (y de gas, y de congelados), sin la cual la personalidad, que es la guía fundamental para transitar hoy por la realidad, el exterior, que si no cuadra a tu yo más íntimo, si no es el espejo propio de tu persona, y si no puedes confesarte trivializándola en ese plano (he ahí las redes) lo social te acaba pareciendo contrario y amenazante. 

Es lo que tiene afrontar lo social desde lo íntimo. Desde el narcisismo reinante, que paradójicamente lleva a descreer de lo privado, que es lo que cierra el círculo, sin reconocer el conflicto, la contradicción, ni la cárcel dorada desde la que solo se acierta a querer paz, más paz. Una paz de rebajas. Afuera, mientras, reina la guerra. Una guerra inexistente desde el momento en que se firma ese falso armisticio con uno mismo. Y los demás. Y haya paaaz.

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