jueves, 19 de enero de 2023

Requilorios

Mis mayores, que hablaban un castellano muy viejo, utilizaban mucho esta palabra, tan desaparecida ya como ellos, para designar el hecho de perder el tiempo en retrónicas tediosas dando vueltas al deseo de algo o de alguien, que no se acababa de requerir. 

Lo curioso es que ningún otro sustantivo ha llegado a sustituir al susodicho para indicar ese requerimiento divagante que hoy se diría tan en voga, a juzgar por el formalismo penoso de las relaciones, sobre todo privadas. Pero es que el requilorio como tal está en desaparición, aunque tanto la epidemia de pedigüeñismo como la de corrección política y sus mil rodeos, melindres y ñoñerías mil parezcan indicar lo contrario. 

Y es que hoy ya no se requiere. Requerir implica necesidad real, y la confianza entre iguales o casi que lleva aparejado el mañana por ti dado por hecho. Y eso ya es algo en extinción. Confesar la propia necesidad se ha tornado en algo vergonzante, al indicar cosas tan negativas como pobreza, soledad, abandono o insuficiencia. Ya no eres un igual, sino un dependiente. Y eso, en vez de confianza, lo que despertará es el recelo del otro, no tanto por no ofrecer garantías de poderle devolver el favor, sino por el temor que en sí mismo comporta ahora alguien en peor situación. 

Así es que, mejor no requerir, no levantar la liebre, no despertar sospechas, no dar un cuarto al pregonero. Entre más o menos iguales se puede colaborar, o interactuar, que es más cool, pero requerir, nunca, ya que eso es pedir, que es algo que implica jerarquía, y entonces, lo suyo es, o hacerlo vía intermediario, sea persona (intermedia socialmente), o burocracia, por instancia, vía Internet u otra. Algo que distancie y quite hierro a la humillación de confesarse necesitado y presente, que es cuando se pasa al ruego, a implorar incluso, a la mendicidad (solidaria, claro) y que es cuando hablamos de la pérdida total de dignidad. 

Y entre toda esa impostura, espejismo y desvirtuación, la vida va tomando otro (o ningún) sentido. Y nosotros con ella. Por eso es tan difícil ponerle un nombre nuevo. Porque el vivir mismo es hoy un requilorio. Y eso no tiene nombre.     

 

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