viernes, 27 de enero de 2023

Regeneracionismo

 Desde que Paulov descubrió en los perros lo del reflejo condicionado (a la manduca), los políticos, en cuanto pintan elecciones, agitan la campanilla con un mendrugo en la mano, y el animalario de turno acude al trote a la urna.

Y cuanto más “desarrollo” social, más. Por paradógico que sea. 

Un torerillo, explicando cómo había llegado de banderillero a médico (por otra parte tan parecidos), lo definió bien: degenerando. Y no sé yo, pero el regeneracionismo, eso tan vital para cambiar de una vez por todas…y seguir siendo lo mismo, está otra vez de moda, y van.... Si bien la fórmula ha cambiado. 

Ahora la poción mágica se llama Constitución, esa navaja suiza tan bonita e ideal, aunque luego lo hagas todo con las uñas, que propugna el mix de Cibeles, avalado y ennoblecido por un rimero de intelectuales apenas sospechosos o sin tacha, bien segregados de las ciénagas vasca y catalana o, bastantes más, rebotados de la trituradora progre, en pleno trucaje, pero casi todos talluditos, solventes, tanto en lo cultural como en lo otro, fieles exponentes de la nueva reserva espiritual patrio o del viejo ya régimen acomodaticio del 78 de las esencias, y cada vez más de punta con el pack en el poder, anclado (que no respaldado) en un batiburrillo social de nuevo cuño cuyas señas son todo lo contrario: precariedad, anomia, falta de liquidez y principios gaseosos, que ve en sus antecesores (y su Constitución, y sus valores) privilegios que ellos no se pueden permitir, siéndoles, todo lo más, indiferentes. 

Lo cual es un conflicto generacional. Aparte del problema de mercado de que todo ese gran aluvión de gente asomada a la deriva, incluida la nueva generación, se esté amancebando con esa pasión del poder tan europea como ambigua y peligrosa a la larga que es el intervencionismo en todo, desde capar pollos a decirte qué postura del Kamasutra usar, a cambio de limosnas, conformismo, abandono de la iniciativa, de hacer cosas, falso bienestar de baja estofa y mucho pesebreo. 

O sea, lo de siempre: o lo viejo, tan bonito pero ya inasequible, o lo nuevo, renunciar al libre albedrío e ir a golpe de pito por un plato de sopa boba.

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