jueves, 27 de julio de 2023

A fluir

Si hay una palabra de moda, esa es fluir, que más parece la aspiración no consumada de desatrancarse, de librarse de una vida en vallado, vista como una carrera de obstáculos, un campo acotado o una playa erizada de minas, soñada para descansar más que para ser ensartados como espetos por sus púas, esa angustia con que se vive hoy lo cotidiano, incluso lo fútil, lo inane.

 Así, los jóvenes, cuyo deseo es “que fluya, que fluya”, en general, y en particular las relaciones, que no son otra cosa más que el flujo digital en pantalla líquida de la secuencia indefinida de dimes y diretes de la red, ese río circular que no nace ni desemboca en ningún lado, solo fluye. 

Y no es que se hayan hecho de Heráclito (“todo fluye”). Al contrario, la fluidez ansiada por los que vienen detrás, es interpretable, a tenor de sus propias palabras y gestos, más bien como un dejarse llevar por esa corriente sin rumbo actual sin orden o patrón aparente, lo cual es un símil de la vida a la deriva náufraga, pero cómoda, tan regresivo como inmaduro, de esa infancia veraniega con flotador -como lo

es, o debiera serlo, toda infancia; la adolescencia es cuando el flotador pincha o te lo quitan, y ahí te las apañes-, remansada y perfecta en la que crees moverte, pero sin ir a ningún sitio, pues simplemente, te mecen. O sea, que de heraclitanos, nasti. 

Y luego estamos los mayores, ese lado oscuro de la fuerza adonde ha llegado también el hambre de fluidez. No hay más que ver la obsesión del bloqueo, que anda convirtiéndose en el enemigo de la panacea del fluir. Y que tampoco sugiere un deseo del cambio permanente que el precursor de la dialéctica instaló al decir que, por aquello del flujo, nunca nos bañamos en el mismo río -de las playas no dijo nada-.

 Más bien insiste, esto de más fluidez para todos y el desbloqueo universal, en la sospecha de ser afluentes de un río tan insólito como virtual y quieto, y que lo que queremos en realidad es que todo siga más o menos como está, y a seguir ignorando que los bloques somos cada uno según nos amazacotamos. O sea que, nenes y mayores, nuevos y viejos, que fluya, que fluya, sí, pero que fluyan otros. 

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