jueves, 20 de julio de 2023

Películas

 En este país no hay bloques; hay productoras de relatos, con sus guionistas, sus actores y tal. Pero para optimizar recursos y minimizar riesgos solo hacen dos tipos de películas -hay más públicos, pero polarizados, dos-, que los medios distribuyen, eso llamado transmisión y servicio público, y que desde 1º de periodismo sabemos que es algo más inicuo que inocuo. 

Una de las pelis tipo es así como de realismo mágico. Guachi. Yupi. Previsible. Jugando a creíble. La otra es semificción, pero “basada en hechos reales”. Jugando a verosímil. Con decibelios, montaje publicitario, golpes, caídas y ritmo trepidante. Así que no hay color. ¿Quién va a sacar entradas para un Disney echando una de Clint Eastwood. Aunque sea mentira (algo sospechado de ambas). 

De ahí el no ir (el PP) al debate de TVE. Se hubieran hecho un spoiler. Un destripe del "cómo se hizo" Y eso nunca antes de romper la taquilla, pues en vez de taquillazo lo que se puede dar es un gatillazo. Si bien hay un refrán francés que dice que los ausentes nunca llevan razón, a eso, ni caso. Para eso está Vox, en el debate y fuera de él: para imaginar en él al PP, pero en 0,0. Incluso en abstemio. 

Así que el domingo bien podría decir Feijoy lo que Helenio Herrera: hemos ganado sin bajar del autobús. Aunque cortar dos orejas y un rabo (no adscrito a nadie, todavía) sin llegar a comparecer, no es para tirar cohetes, con esta izquierda tan cortica, desfasada y tan ilusa con la ‘suspensión de la incredulidad’ esperada ese día (a su favor). 

El concepto citado se desarrolló en el XIX para la ficción y la fantasía propias del romanticismo, y luego, ya en el XX, empezó a aplicarse por la sociología electoral a la política. Y desde que la postverdad, el fake y la guerra cultural han hecho de lo virtual algo con más entidad que la dudosa realidad, que nada entre dos aguas y nos ha vuelto tan cínicos que nos resulta más sencillo creer en lo imposible o inverosímil antes que en lo posible o cierto, en política es un puntazo, consistiendo en pensar -y actuar en modo marketing para- que el votante, que además de humano y más aún espectador, o sea  (¿triple?) tonto por naturaleza, también es incrédulo por necesidad, en el momento crítico de votar -y aún no he visto ninguno que no se considere así- se apee de su descreimiento feroz para convertirse simplemente en tonto y creerse un pastiche blandón, como es el caso en esta ocasión, que ni fu ni fa, ni chicha ni limoná.  

Y todo para perderse un thriller, aunque su argumento sea rebuscado, el guión de corta y pega, la dirección poco menos que correcta, la actuación mediocre y la música de chunda chunda. Vale. ¿Y no acercarse por el módico precio de un voto al mal, aunque sea metafóricamente, a esa relación con el poder, tan confusa y oscura que tanto llama al animalico que llevamos dentro? Venga ya. Pero si lo dijo el mismo Aristóteles, que un poco más, y se hace socialdemócrata: es preferible una imposibilidad probable a una posibilidad improbable. Pues ahí lo tienen. El porqué nos gusta tanto acercarnos al abismo. Y estos, pensando en la 'suspensión de la incredulidad'. Menudos analfabetos. Y es que no leen pero nada. Ni la Wiki.


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