miércoles, 2 de agosto de 2023

La misiva

Es una lástima, pero no ha podido ser y Sánchez, con su esquela cortante cual epitafio, ha rechazado la relación epistolar como serpiente de verano que Feijoy inició aunque fuese de modo estulto y sin adobo. Y lo que podría haber sido un paliativo de la infamia y desencanto a los que nos tiene anclados el dúo cuya rivalidad en generar zozobra pasará a los anales del patetismo patrio, se ha desvanecido. 

De seguir curso esa correspondencia y haberse pasado ambos al género epistolar (y a los demás por la piedra, supongo que filosofal) como arma negra sobre blanco digna y bella, y hacer nacer una flor entre la mierda política que nos agobia a 42 grados con estos dos aspirantes a insignes profetas de la nada, y a los que más bien hacemos de probetas de su historia del desatino por entregas, otro gallo nos cantara, y no dos pollos desgañitados, desvariados y ágrafos. Tanto si cantasen al orto, con perdón, como al ocaso. 

“Estoy deseando volver a verte para comerte los pechos”
Esa escritura agosteña del pasar, aunque ociosa, conspicua y en fascículos, ya es algo parecido a un relato de continuidad, tanto en horizontal como en vertical hacia una sociedad tan desperdigada como anhelante, y alumbraría de por sí cierto discernimiento, cierta esperanza en las luces, tan arrambladas y olvidadas en el solazo canicular. 

No hacía falta recrear la Epistola moral a Fabio: “Fabio, las esperanzas cortesanas prisiones son do el ambicioso muere y donde al más activo nacen canas”. (Imposible, ¿no?). Ni emular a San Pablo, en especial su dirigida a Filemón (en un país más bien de Mortadelos), ni las tan sesudas como amenas entre Marx y Engels, ni las instructivas de Lenin con el príncipe (del anarquismo entre otras cosas), Kropotkin, ni las jugosas entre Hemingway y Marlene Dietrich. Y ni pensar en lo que Groucho dijo a los Warner Brothers

Pero sí fijarse en Kruchev y John Kennedy, más contrarios que nuestros frustrados epistoleros, y se entendieron. Y sobre todo en Dillinger, aquel otro epistolero que escribió a Henry Ford: “Mr. Ford, permítame que le felicite. Fabrica usted los mejores coches para huir de la poli tras un atraco”. Ah, jamás sabremos lo que nos hemos perdido. 

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