jueves, 17 de agosto de 2023

Sabores

 

Para gustos, colores. Y para disgustos, sabores, diría yo. Porque si hay una dictadura irreversible, por lo que afecta al cerebro por vía de las papilas gustativas, esa es la de la ingesta entendida como la obligación de consumir lo que a cada momento ordenen los intereses más o menos espurios de sepa Dios. E incluso en los mecanismos de defensa contra esa tiranía, como es el comer casi siempre las mismas cuatro cosas, y pasar de ganoserías y tentaciones, esa dieta viene marcada siempre por algún mandato de esa misma dictadura papilar. Y lo único que te queda es la melancolía del gusto. O del malgusto. 

Yo, por ejemplo, en cuanto llega el verano echo de menos el agua de cebada y el chambi de mantecao. El agua de cebada, solo de recordarla me refresco. Es como la vuelta momentánea a una dulce glaciación de malta, bloques de hielo y agua. Y eso que la última que tomaría debió ser en las afueras del viejo mercado de Carretas, del lebrillo donde la servía “El tapicero”. 

En cuanto al chambi de mantecado, el gran clásico extinto, que repartían con sus carritos por toda la ciudad los chambileros, aquellos paladines del sabor andariego con no más de tres gustos en sus cacharras de refrigeración primitiva, además del de turrón, y el de fresa o chocolate, el susodicho es ya inencontrable, y pedir “uno de mantecao”, que es como se decía, es poco menos que pedir la vuelta de “El pajero” toreando con una silla. Y eso que fue el gran sinónimo del helado por estos pagos del sureste hasta que se instaló la gran, no sé si democratización del sabor, esa inauténtica pluralidad bajo la que late el regusto de una misma base más sus añadidos más o menos de artificio. 

En 1976, cuando los últimos (chambileros) mohicanos paraban entonces por la calle Tejares, en un reportaje para la delegación de Pueblo, me aseguraron que ellos ya no podían surtir de los sabores que les demandaban. Y al poco, desaparecieron. A la gente le había dado ya por la stracciatella, la UCD, el yogur, el PSP, el nugat  o Euskadiko Eskerra. Y el mantecao, como otras cosas, desapareció. Y desde entonces casi todo sabe a nostalgia de verano. O peor.   

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