jueves, 23 de noviembre de 2023

Mitos

 Las mujeres han descubierto el boxeo, y no va por lo de la Yoli con las podemitas, sino el del cuadrilátero, y lo están sacando a puñetazos de su vergüenza y ostracismo. Gracias, nenicas. Los caminos del feminismo son inextricables. Y sus efectos colaterales, más. 

Y es que todo mito hay que humanizarlo para ser creíble, y siempre toman las ruinas y derribos del anterior, la virulencia masculina en este caso, para construirse, pues esto del mito funciona como los santos, que para vestir uno hay que desvestir otro: deconstruir para construir. 

Así que si ellas lo practican como un ejercicio edificante y proactivo, y hasta como un deporte de competición responsable y honorable, ya no será pecado, ni machismo incivil ni antiestético, sino todo lo contrario, su desmitificación como anacronismo negativo. A la par que se levanta el nuevo mito de la mujer total, la somatizada, en el que el cuerpo como motor -previamente desalienado y reapropiado- ha jugado hasta aquí un papel fundamental, y al igual que Cristo se hizo hombre, la mujer, pues eso. 


Y es que el cuerpo siempre ha sido muy importante en una religión, para creer, aunque los de algunas sean increíbles.
 Pero es a partir de esa nueva mitificación humanizante o viceversa cómo se nos pretende dar por añadidura el nuevo paradigma social para todos. Y para todo. Por ejemplo, recientemente se encontró un documento, una peli en la que se descubría, o adivinaba, ¡al fin!, la figura de Miguel Hernández, en un congreso. 

Él, puro mito del que apenas se tienen referencias humanas salvo su genio -si es que este lo es-, resulta que era un mortal capaz de sentar su cuerpo en una escalera, una persona básicamente corporal. Una humanización a trompicones a la luz de sus carencias que acaba siendo precisamente lo que lo refrenda como mito, más aún que los Ibáñez o Morente, cuyas Nanas de la cebolla poseen mucha más fuerza que la de Serrat, aunque sea éste el creador del soniquete hernandiano por excelencia. Es la humanización mitificante, la marca de una época ya sin dioses, sin más cielo ni infierno que el fútbol femenino (y ahora el boxeo) y algún que otro poema bien traído.  

 

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