el ramadán católico; lo cual ha dado pie a más de un disfraz a mostrar sus deficiencias, tan cercanas a lo border line en algún caso. De un lado, el meapilismo integral tontobaba apocalíptico del ya no habemus Papa, como si las columnas de Bernini fueran a desplomarse y los turistas dejar de hollar la capilla Sextina; y de otro el descerebelismo (de muchos decibelios) integrista tontolhaba del anticlericalismo deportivo para la galería, fardando de herejes por la gracia de Dios.
Y entre tirios y troyanos han reeditado el viejo trabalenguas medieval
a partir del palabro chretién, que tendía a confundir cristiano con cretino,
luego deslindado con crétin, por aquello de vamos a llevarnos bien, aunque
siempre quedó la ambigüedad y la duda para nombrar con uno u otro al que cree a
pies juntillas cualquier tontuna, y cuyos herederos en nuestro laicismo
pretaportero parecen ser esos renovados chretiéns ilustrées que ven en la
apostasía el acto más revolucionario de que echar mano para realizarse y
alcanzar eso que llaman crecimiento personal, que es la forma más snob de
distinguirse entre iguales, que es lo único que no quieren ser. Y por eso me
llama la atención lo de Cayo Lara, al que, cuando salió, confundí con su
paisano Yaco, un cantante de aquellos que trataban de abrirse hueco en los
concursos de la tele, y al que apodaron precisamente Callo Lara por su digamos
peculiar fisonomía. Mea culpa.
En el caso de este Cayo la desgracia es el
verbo, eso de que ya va siendo hora de que en la Iglesia entren la democracia y
la igualdad. Que es como pedir que cambien las reglas de ajedrez, por
monárquicas, que el ajopringue sea light, que desaparezcan los árbitros por
autoritarios o que se borre del marxismo la dictadura del proletariado, por
políticamente incorrecta. Pura estupidez. Se puede aspirar a cambiar el mundo
pero no sus átomos, y a erradicar una creencia (para implantar otra), pero no
pedir que las cosas cambien de naturaleza, el escorpión y todo eso. Aunque es
más fácil soltar una chorrada para el aplauso fácil de la parroquia, y seguir
con el cretinismo postizo como enfermedad infantil del progresismo gratuito,
para no cambiar nada, y quedarse sólo con lo anacrónica que es la Iglesia. Si
lo sabrá él.
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