A razón de cómo crecen adopciones y fecundaciones asistidas, los hijos
de pago aumentarán exponencialmente en las mujeres mejor cubiertas, que es un
decir, mientras los de las con menos recursos serán gratuitos o no los tendrán.
Algo bueno tenía que tener ser pobre.
O no, porque su demanda seguirá creciendo y las que se empeñen en echarlos al mundo deberán parir más. Mientras que las otras podrán seguir regulando una descendencia cada vez más artificial.
O no, porque su demanda seguirá creciendo y las que se empeñen en echarlos al mundo deberán parir más. Mientras que las otras podrán seguir regulando una descendencia cada vez más artificial.
Se trata sin duda de otro ejemplo de división del trabajo a partir de la
privatización reproductiva y una nueva forma de enclasamiento social desde la
economía de lo más íntimo, acelerado por dos vías relacionadas entre sí, como
son el fin del estado del bienestar para la reproducción asistida digamos
interclasista, y el consecuente aumento de la iniciativa privada (y de pago)
para cubrir ese segmento.
La inseminación artificial de pago es (con la adopción) la última etapa
de la carrera dentro del proceso de personalización histórico en marcha,
acelerado en la postmodernidad por el feminismo. La primera fue el derecho al
aborto libre y… gratuito. Algo que incluso gobiernos en teoría antiabortistas
mantienen, de forma paradójica, pero no tanto si se ve como parte de la doble
gestión consistente en hacer abortar (gratis) a unas y hacer parir (pagando) a
otras.
Hasta aquí, el aborto se daba en virtud de la confrontación entre lo
público y lo privado (estado contra individuo) por gestionar la población, en
un marco social en que el mercado no era determinante. En cambio, al dejar de
disponer lo público de abundantes recursos de gestión, lo mercantil cobra
relevancia, obligando a lo reproductivo a integrarse en un régimen más
productivo y privado en el que lo público tiende a remitir, aparte las
sujeciones que a su través lo social pueda imponer, de las que lo nuevo tratará
de liberarse, en tanto el contrato social entre partes privadas pasa a estimar
la reproducción social, no como un acto que deba ceñirse al concepto social
dominante de la máquina reproductora como destino biológico al que cada mujer o
pareja han de supeditarse, sino como un acto particular, libre y económico, que
expresa precisamente todo lo contrario, un rechazo a la imposición del pasado,
la superación de la cortapisa del presente y el inicio de un nuevo procedimiento
del que la gran supervisión debe desaparecer.
El recorrido pues es de libro. Primero, el aborto como negación del
modelo anterior; segundo la inseminación voluntaria y a la carta como propuesta
rompedora e iniciática de otro distinto, ya no patriarcal sino con buenas dosis
de feminismo triunfante; y tercero, su consolidación como tipología social
anclada en la unidad familiar uniparental. Tesis, antítesis y síntesis.
El nuevo modelo poblacional que se vislumbra, si no como fruto directo sí con altas dosis de tal práctica social impregnada de esa ideología, es el mismo que los propios reguladores sociales han acabado adaptando. Su no cuestionamiento, sino más bien su apoyo y fomento del modelo uniparental como célula social de la que la reproducción artificial (o la adopción) es un paradigma, o el caso paralelo de las madres de alquiler en parejas gays, son tres fórmulas, mercantilizadas todas ellas, que muestran el refrendo del poder de un proceso serificado que va en esa dirección.
Lo reproductivo pues está siendo privatizado y mercantilizado a través
de una ideología que impregna las prácticas de su desarrollo cual es el
feminismo, siendo bajo esta nueva dinámica que es liberalizado parcialmente,
pasando, de un intervencionismo general no restrictivo a generar de hecho un
mercado, restringido para los económicamente más débiles, lo que permite a sus
gestores públicos el control de las nuevas formas de reproducción familiar y
social, pero en cogestión de hecho con los usuarios que con relativa independencia
y más recursos hacen uso de ese mercado.
Aunque tal vez habría que decir usuarias, dado que si tal mercado se
expande es por la instauración de la guía feminista en el hecho reproductivo.
Hay quien lo llama hiperfeminismo, o jabobinismo feminista como única salida (o
no salida) a su desarrollo desgajado de la lucha de clases. De ahí el peligro
de cosificación y nueva alienación.
Otros ven en este neofeminismo triunfante un nuevo fetichismo que rompe
y rechaza la seducción propia del nuevo proceso de personalización, para
sucumbir ante el narcisismo que supone su propio determinismo rupturista, un
tanto a la desesperada al distanciarse de lo masculino en la infructuosa
búsqueda de un camino convergente común.
Las mujeres han resultado ser sus mayores agentes de personalización
histórica, por el deseo, la piel y al final por el útero. Pero también su mayor
amenaza de desocialización y atomización sistémica. La vieja época del
inconsciente y la represión las remitió a sí mismas, en busca de su propia imagen,
su desmitificación y su liberación de la autoridad, para matar cada una a su
Don Juan. Muerto éste, y quién sabe si convertidas otra vez en cápsulas de
cristal, otra figura quizás se engendra en ellas, que las subyuga: Narciso
hecho mujer.
Una mujer que, igual que antes se autosedujo buscando su identidad a
partir del sexo, ahora lo hace a partir de la reproducción individualizada y
mercantil. ¿Se trata de un too final, una salida por la tangente, o una vía de escape? La circunstancia no
concitaría más incógnitas que esas y la anécdota de la nueva bastardízación
social (otra más) con media sociedad buscando una paternidad social putativa,
si no fuera porque esta nueva forma reproductiva y familia uniparental que, con
el divorcio, sería la hegemónica, es a la que parecemos estar abocados como
dependientes de las prácticas que
en ese apartado fundamental y otros, las mujeres parecen haber adoptado, en
línea con una dirección civilizatoria en cuyo rumbo son cada vez más
determinantes.
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