La crisis también tiene cosas buenas. Por ejemplo, las vacaciones. No me
refiero al aumento forzoso del tiempo libre por falta de negocio. Más que un
chiste negro facilón, seria una hijoputada macabra. Me refiero al minimalismo
con que la ruina obliga a hacerlo todo.
A ese vivir a la japonesa que nos inunda cual tsunami beatífico. Vivir a poquitos. Hemos pasado del largometraje al corto y resulta que es mucho más civilizado que la vida de satrapía a hinchaperros y saturada que llevábamos. De ahí el éxito del sushi, los menús degustación, el chupito, la ropa barata, lo intangible, los amores rápidos, los pequeños y efímeros placeres. La escasez, si una cosa enseña es a disfrutar de lo poco. Incluido el tiempo, sea en su versión climática –fijémonos tan sólo en lo mucho que ahora gusta el frío, la lluvia, la nieve, todo lo que en teoría va contra el dispendio idiotizado–, o en su acepción de magnitud, con la paradoja de que, cuanto más tiempo tenemos, más afinamos y lo seleccionamos a la hora de exprimirlo, y tras el esportazo dado, ya no nos tiramos de panzotada a las vacaciones de un mes, o una quincena, ni siquiera la semanita.
A ese vivir a la japonesa que nos inunda cual tsunami beatífico. Vivir a poquitos. Hemos pasado del largometraje al corto y resulta que es mucho más civilizado que la vida de satrapía a hinchaperros y saturada que llevábamos. De ahí el éxito del sushi, los menús degustación, el chupito, la ropa barata, lo intangible, los amores rápidos, los pequeños y efímeros placeres. La escasez, si una cosa enseña es a disfrutar de lo poco. Incluido el tiempo, sea en su versión climática –fijémonos tan sólo en lo mucho que ahora gusta el frío, la lluvia, la nieve, todo lo que en teoría va contra el dispendio idiotizado–, o en su acepción de magnitud, con la paradoja de que, cuanto más tiempo tenemos, más afinamos y lo seleccionamos a la hora de exprimirlo, y tras el esportazo dado, ya no nos tiramos de panzotada a las vacaciones de un mes, o una quincena, ni siquiera la semanita.
Ahora, a excepción de que
aún haya quien va por ahí a ultramares, esa odisea delirante, para huir del
estaribel en que esto ha devenido hemos elevado al ‘finde’ como medida ideal
del desalojo y dosis prescriptiva para mantenernos resurrectos en el lebrillo
de lágrimas que es este puto valle. Y nada tiene más valor que un buen fin de
semana, que, de momento, es la medida de la felicidad, el referente universal
del revivir permanente a que obliga la máquina global, y si no sabes montártelo
es que tienes un problema. Aunque ya existía como tal en otros mundos. En USA,
por ejemplo, donde sólo te identifican como español si dices tener 40 días de
vacaciones.
Allá, y en otras partes, ha tiempo que el weekend es la piedra
angular del asueto. Más de eso es casi pecado. De hecho, hasta tienen ya una
terminología acorde con ese pensamiento, con esa ideología social hecha
religión que allí llaman weekendity, lo que aquí llamaríamos findesemanismo (o
findeísmo, por abreviar). Y con sus derivados y todo, como el weekendicity, que
no es mendigar un weekend al jefe, sino pasarlo en la ciudad, porque siempre ha
habido clases y si todo el mundo se va al campo, luego a luego faltan collejas.
Ea, todo lo de los gringos no iba a ser malo. Oye, y funcionan. Así que, buen
finde, y que cunda. Suena proimperialista, pero, por una vez…
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