viernes, 1 de marzo de 2013

Sin rumbo


Uno de los países más odiados por eso que los chorras llaman comunidad educativa debe de ser Finlandia. Siempre te la están restregando por el morro, con el informe (inclinado) de Pisa.

Defendiéndose los señalados con el frío, los suicidios o la carestía de las cañas en el país finés, como contrapartida a su excelencia escolar. Vamos, que aquí la enseñanza es una mierda, pero se está calentito y las cañas están a 10€ el cubo de quintos. Como para suicidarse. O en otras palabras: el sistema funciona. Aunque tenga sus detractores. Mejor. La excepción confirma la regla de que todo va sobre ruedas. Lo confirma ese grupúsculo de profesores disidentes andaluces, que se han plantado ante tener que aprobar el bachiller a uno con más suspensos que Mato en las encuestas. Unos chalaos que se creen que pueden rebelarse contra el polpotismo reinante. Que la rebelión de los adultos contra la tiranía del alumnado es posible. 
Pol Pot, recuérdese, fue aquella especie de Señor de las Moscas que instauró en Camboya el régimen de los Jemeres Rojos, un engendro protomaoísta pasado de rosca que, con el lema de que lo nuevo debía arrasar lo viejo, armó a los niños, los proclamó infalibles (sobre todo a bocajarro) e impuso su idolatría, estando a sus once vicios haciendo su capricho, o sea de todos los colores, desde pegar tiros a quien les parecía, hasta ser adorados como vacas. Y de estudiar, poco. Y cuando aquello se fue a pique, aquí importamos el producto, quizá para ayudarles en la balanza de pagos. Y la verdad es que vegetó muy bien: en una generación el abandono del saber ya es general; el cuartel escolar, que era lo peor, fue sustituido por el desierto; la disciplina por el pasotismo. Y todo, sin sentido. Pues si éste es el dinero, y para obtenerlo hay que invertir, concebir el estudio como inversión, eso es arduo desde lo público, que se ha vuelto en sí mismo gratuito y sólo sabe huir hacia delante. Invertir en más liberalismo, participación e investigación pedagógica, lo que se llama adaptar la escuela a las necesidades modernas, es más de lo mismo, otra puesta en escena más del presente, con todo el mundo viviendo en el pasado, que no sirve para el futuro. Y lo peor es que es en lo que creen todos los maestros bienintencionados rebelados contra el desastre: formar para la vida, una función que la enseñanza despoja a la familia, olvidando su propia competencia: enseñar a aprender. Lo cual, con tanto niño al mando es imposible.

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