Cada
generación de salvamundos tiene sus propios marcopolos buscadores de especias nuevas para
el guiso planeado, así como sus indios con el sueño hipotecado a cambio de un espejo donde
mirarse el acné de su belfo imberbe. Siendo así que, del mismo modo en que ahora se acusa a los ultimísimos insurgentes a la mode, de
ser sus referentes Irán o Venezuela, hubo un tiempo en que, si recordabas al personal que la tierra era redonda o buscabas tus respuestas, te denostaban como
maoísta (aunque huyéramos del campo más que un guardia civil) solo por ir a
rabisalsear (y, de paso, darnos un sabaneo) a las embajadas a por revistas gratuitas impresas en raras y todavía inconcebibles cuatricromías, cuando aquí no había más que negro y azulete.
Así fue como conocimos al
abuelo de Kim Jong-un (tranquilos, ya vendrán el Jong-dos, Jong-tres, etc), el
osito panda perdido por Enrique y Ana y encontrado (y que ya anda) en Corea del
Norte, tan tierno y adorable para nuestro actual sentimentalismo eunuco occidental
como un adolincuente colonial (que parece rociado con Nenuco); ese dictador aniñado que,
como criado con polpotitos por el Khmer Rojo, reina sobre el para mí régimen
más kitsch del planeta, de los pocos sitios en el mundo en que el trabajo aún
no es privilegio de los ricos, pues allá estos descansan y dirigen, dejando a los pobres
trabajar, como debe ser, sin necesidad de créditos, crowdfunding o autoempleo,
como aquí Banderas o Stallone.
Un sitio donde los pobres lo son en propiedad, o
pobridad, y, si me apuras, hasta con probidad, aun siendo la mayoría funcionarios. O sea, de
los pocos lugares donde rige la razón instrumental burguesa y el orden universal, como debe ser. Causa esta por la cual debería ser considerado la gran
esperanza blanca, o nacarada (y chati, que es un plus), de occidente.
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El sur, esa tentación siempre tan excitante |
Pero no nos engañemos: es otra trampa, puro revisionismo, óptica y nada más, otro signo de degeneración del régimen. O
que están engordando. Porque hasta aquí las coreanas llevaban pantalones, con ese su típico
look de vendimiadora sexy con el que nos fascinaban. Y que además era signo de liberación auténtica. Porque una mujer sin pantalones no es nadie, como aquí se puso de manifiesto en el momento en que las nuestras se pusieron los vaqueros (y dejamos de ser cowboys de pacotilla).
Y que ya lo dijo la insigne Carmen Calvo, aquella inmensa ministra de cultura del empoderamiento por decreto: las
señoras tienen que ser caballeras, quijotas, manchegas. Hasta las coreanas. Y está demostrado que, de ahí (de la cacha, y lo que venga), al
tanga (rojo, por supuesto) y echarse a perder, va un paso, ya que está visto que en cuanto las mujeres se ponen en su sitio, sea o no por orden gubernativa, se acabó el comunismo.
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