jueves, 14 de agosto de 2014

El selfie


Muchas de las pautas de la conducta relacional de hoy, y no solo de la juventud, fueron definidas y anticipadas hace 35 años por Christopher Lasch en su libro La cultura del narcisismo, que es en la que estamos metidos hasta el colodrillo, y cuya síntesis y paradigma más preclaro es el móvil con cámara frontal. Es decir el teléfono personal dirigido a uno mismo más que a los otros. El estanque-pantalla donde el moderno Narciso se mira para gratificarse, sin estar muy claro que más allá haya alguien necesariamente, pues lo importante es verte en tetas o en tablet abdominal y que te satisfagan la vanidad a golpe de etéreos comentarios anónimos de “Me gusta”. 
En eso consiste básicamente un selfie, que es una especie de menage a trois con tu móvil y la nada. Una pajilla electrónica con tu foto inspirándote en plan chico/a de calendario. Y si alguien lo ve o lee, como es para eso, ya no es un violador de intimidades, sino un violeydor. Y cuantos más mejor, porque el buen paño ya no se vende en el arca, sino en el escaparate, eso que Goffman, hablando de nuestro teatro en dos esferas, llama frontstage, o mundo de la representación dominado por la forma, mientras por dentro, en la rebotica, o backstage, va la procesión, la verdadera. Y como no sabemos como hacernos notar, salir en cualquier medio, ser auténticos sin serlo y dejar constancia del ego, cuyo caballo de batalla es el selfie, y porque te sacan fatal, más feo que Picio y con cara de gili estreñido, la tecnología se va ya por lo que ha dado en llamar el selfie phone, o móvil con cámara frontal de 12 megas
Todo sea para evitar que el selfie, que se ha revelado una técnica de presentación peligrosa, acabe con uno, como esa pareja que pringó al hacerse uno encima de un acantilado portugués, para inmortalizar su subida allá, delante de sus niños, que se les habrá grabado de lo lindo. O que la gente, descontenta con el modo en que esa herramienta muestra tu identidad, vuelva a tecnologías más rancias de decir aquí estoy yo, como Robin Williams, el hombre a través del que hablaban los animales, o la voz a la que los animales prestaban su imagen, que se hizo un selfie con una correa, sacándose de plano a puro correazo. Por eso no hay imágenes. O que la muerte, que solo trabaja en una esfera, no necesita móviles.

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