El culo, tapado por la moda masculina
dictada por la Revolución Francesa, resurge como ente por vía femenina siglo y
medio después, en plena guerra fría (¿cómo bomba de calor?)
cuando el glamur deja de ser el único fundamento de la moda, y lo carnal y auténtico imponen el hiperrealismo en lo visual, que en los 20 y 30, la Baker y otras estarletes (sobre todo negras) ya habían anticipado con su meneo selvático. Descolonización somática que anuncia la geográfica posterior, y el empoderamiento afro (y de escaparate el black power) que acapara la renovada cultura de masas (música, deporte) que hace de la calle su escenario y del cuerpo y sus usos su vedette.
cuando el glamur deja de ser el único fundamento de la moda, y lo carnal y auténtico imponen el hiperrealismo en lo visual, que en los 20 y 30, la Baker y otras estarletes (sobre todo negras) ya habían anticipado con su meneo selvático. Descolonización somática que anuncia la geográfica posterior, y el empoderamiento afro (y de escaparate el black power) que acapara la renovada cultura de masas (música, deporte) que hace de la calle su escenario y del cuerpo y sus usos su vedette.
Los pantalones, hasta ahí sacos, ayudan a la
turgencia y devienen uniforme, y la ropa interior se adapta a ese embutido que aflora
el testigo cular recogido por las féminas como cara oculta de la luna, para
hacer de él la nueva carta de presentación, la seña de identidad personal
(también masculina) y el nuevo fetiche sexual que complementa por lo grosero al
más idealizado de los pechos: el tándem, la metáfora perfecta de la integración
Norte/Sur que se predica orbe et orbi. Y si occidente (o sea, el planeta) ya
tenía cara, ahora al fin posee culo, que con la globalización y el repliegue de
ciertos ideales, es el valor más en alza del mercado de la iconografía humana, el
nuevo santo de devoción y culto, más aún que las tetas, algo cosificadas.
Y es
lógico: es algo muscular y puede automodelarse personalmente con tecnologías
accesibles (gimnasios, cremas, accesorios), suponiendo una doble experiencia
gozosa, a dos carrillos. Así que sin culo se es menos que un diputado de
provincias (¿quién conoce alguno?). No puedes ir ni a la playa. Y menos a los
premios MTV, o Grammy, que son una pasarela de traseros, una bambalina a la
vista, un repóquer de culos. Sancta santorum del universo que es sabido se
expande a culadas de perrea. Un certamen donde, desde Tina Turner a JLo (culo
negro de raza blanca o casi, premio doble), de Miley a Rihanna, de Shakira a
Beyoncé, la terra (o el tablao) trema a ritmo de pandero. Un lugar donde, como
todos ya –pues la plaga se extiende cual ébola benigno–, todo se hace con el
culo, que es la sede no solo del cerebro, sino el centro y motor (bicilíndrico)
natural de este show llamado mundo.
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