jueves, 30 de octubre de 2014

SIN PERDÓN


Yo no sé si Rajoy ha pedido perdón o se ha querido anticipar al Halloween. O que cree que está en misa, o confesándose –en realidad lo que pide es la absolución, sin un avemaría de penitencia–, y que el desgobierno, en vez de delito sea pecado. Y la pide al ver que entramos en tiempo de venganza.
De los propios, esos cargos vonivianos (no confundir con los bolivianos, que son los otros, según ellos) que desatan furias y ajustes de cuentas a la menor incertidumbre. De los jueces, que se echan al monte resabiados a demostrar antes del diluvio que son independientes, desquitándose de la casta que los tiene embanastados. De sus clientes, que al ver acabarse el tajo y vislumbrar otro nuevo, ya preparan agravios y nueva vestimenta. De todo un país con vocación de curas trabucaires, revanchistas furibundos. 
Y él, hecho un zarracatrán ante los taires, un zorromollo, un jefe de filas gore, solo explicable por lo teratológico. Un facsímil patético. Dándose golpes de pecho con cilicio y heridas de pega, anunciando con hipocresía lastimera falsas autocríticas y un pacto de corruptos (¡mi sillón, mi sillón!, que rima con perdón), que no tendrá lugar, por suerte, pues esa vía nos acercaría aún más a la tesis de que nadie es inocente, a la socialización del crimen, a la normalización de los culpables y a la sospecha de todos, aunque solo sea por pobres, al triunfo de la pesquisa y la acusación, que es lo propio de un estado policial sofisticado. 

Esa parodia de regeneración a representar con el pacto ese, transmutaría en melodrama lo que es una auténtica farsa, gloria bendita para el arraigo de más cinismo social, más hipocresía, y más estado, mas aparataje e irremediablemente, menos sociedad. Lo demuestra la inmersión general en el pensamiento que ya ha calado, de que mejor ser culpable, pero con razón, ser delincuente, la otra parte del esquema policial, no tan ajena a él y sin la cual pierde su sentido, y todos testigos de todo el mundo, pero no de cargo sino de descargo para la absolución general, como una germanía universal, todos conchabados, admitiendo el sistema corrupto como el mejor. Hasta ahí llega la última catarsis anunciada por este tancredista impenitente. Y me cansa. Cansa a todos. 
Mientras tanto, sigue la descomposición, la compra masiva de papel higiénico y la desagregación de los distintos elementos de l o que si no es se parece a un régimen, volviendo a poner de actualidad la célebre advertencia de Lenin a los suyos (quién lo iba a decir, tantos años después, aunque sea paródico) de no hacer nada, no tener prisa, ya que el poder les sería entregado en mano y gratis. Algo que en mayo ya se podía ver venir. 
El PP había ganado al estar todos convencidos de que el PSOE era el mal. Y así va desde entonces, desagüe abajo. Sin embargo fracasaron al tratar de inocular que ellos eran la solución al desastre. En cambio, sí ha ido cuajando el eslogan de “Psoe y PP la misma cosa es”. Y el resultado es que el PP también se difumina. Es lo que en dialéctica se llama tesis y antítesis. De libro. Sólo faltaba la síntesis. Algo que en medio de esa nada la gente solo quedaba a la espera de su materialización. De una idea tras la que ponerse a correr. Esa a la que, según Victor Hugo, cuando le llega su hora es lo más poderoso del mundo. La misma (o no, ya veremos) que las encuestas anuncian día a día.

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