jueves, 25 de junio de 2015

Almadrabear


El Papa acaba de proponer otra medida fundamental para la cristiandad: que la Semana Santa sea siempre en la segunda de abril, renunciando así al calendario lunar, y facilitando la celebración con los socios ortodoxos. Y, cómo no, evitar interferir con la Feria de Sevilla y que los nazarenos tengan que salir de corto y a caballo o ir a los toros vestidos de penitentes, valga la redundancia. 
Aguardando a los almadraberos
Pero, pese a que la curia, tanto la hipster como la vintage, ha aplaudido a rabiar el plan, supongo que hartos del potreo del calendario gregoriano, creo que lo tiene más crudo que en una lista de gais más influyentes del país aparezca un futbolista, o un obispo, ya puestos, o que Podemos logre explicar que sí se puede ser (neo)patriota sin ser nacionalista, más difícil todavía que si se es del Barça. 
Pues si bien los ortodoxos griegos podrían tragar (últimamente, las tragaderas griegas están tiradas), los rusos no mueven un papel, y no solo porque estén putinizados y sean más ortodoxos que nadie, sino porque, calendario perpetuo en mano, saben que acabarán celebrando la Pascua en verano, que es a lo que van, a lo suyo, al bañador y las torrijas con yintoni de vodka (lo que viene siendo una doble torrija), en vez de comerse los pestiños que allí se estilen a bajo cero, que no lucen nada.

Así que, en realidad, la medida lo que puede provocar es otro gran cisma entre ortodoxos, que todo el mundo es hasta que se vuelve heterodoxo, si le conviene. Todo lo cual, incluso si es en apoyo a la ampliación de las medidas disuasorias de la Otan, y al margen del número de acciones que tenga el colegio cardenalicio en las operadoras de turismo, a nosotros nos la refanfinfla, no en vano somos un país soberano, como lo demuestra el número de toros de Osborne, con dos cojones, que pespuntean la vieja piel de toro, valga la retumbancia, y a estas alturas del año estamos ya en plena temporada de la almadraba, que es cuando, tras un invierno pleno de grasas, azúcares, calorías huecas y ciento veinte y tres recetas fallidas de masterchef, por culpa de la vitro, este país de gastrónomos sobrevenidos se convierte de pronto en uno de atunes, dignos de recoger a gancho y red de playa en playa con bateas, y que no desmerecen con los que se llevan al Japón para el sushi. En especial los más pequeños, segundos ya del mundo en obesidad. Y las abuelas en la playa. 

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