martes, 21 de febrero de 2017

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Iba para algo. Aunque no sabía cómo explicarle a la suegra aquello de casar dos votos (ya se sabe: un hombre, un voto; una suegra, dos), uno para una lista y otro para otra que necesitaba el mayor número posible de ellos para poder formar grupo parlamentario. Y mucho menos por qué el acuerdo aquel había sido sólo para el caso de ganar. ¿Es que, caso de perder, iban a romper el libro de familia y a meter los niños en la inclusa? 
En definitiva, aquella tarde volvió a casa hecho una novicia que no entiende aún el santísimo misterio de fornicar y seguir siendo vírgen a que el pacto quería someterlo. 
De manera que abrió el buzón y, retirando del aluvión de ofertas todas las que no venían al pelo de su quimera del día, se apoltronó en el sofá y se enfrascó en el repaso de una de esas revistas que ofrecen mercancías por correo, como una indispensable manta escocesa o una cinta de tres horas de vídeo que le prometía “365 positions, para cada día del año” o un chándal sauna, que bastaba con ponérselo y “continuar realizando las actividades habituales” para acabar sudando como en un tormento de la Inquisición, por si no le hacían sudar ya bastante en su actividad cotidiana; o aquella lencería femenina fina que servía para todo, “incluso para dormir” y que “enloquece a los hombres”, con la precautoria oferta dos por uno, al darse por sentado que la primera sería hecha jirones ipso facto. 
Enloqueciendo pues, le ofrecían luego un completísimo juego de cuchillos profesionales, “siempre a mano para trabajar y con el que podrás competir con tu carnicero”, que buena falta le iba a hacer, sobre todo el de trinchar; al igual que aquel enchufe de tres tomas, que dentro de nada le sería imprescindible. 
Y al pasar página, se encontró un relajante tornado, en forma fálica de cohete espacial, ideal para regalo para poner en juego toda la imaginación en sus bolitas giratorias. Relajación que le fue imposible ya que al lado mismo una muchacha lo turbó con aquella vibradora flexible, “mejor que el habitual masaje manual”, pegadito al “desatascador inmediato” con el que no tendría que llamar al fontanero ni utilizar productos químicos, y otro que lo invitaba a “sentarse sobre 88 bolas de masaje”, nada menos, por 2.495 en lotes de dos, y con una caja de herramientas de regalo, “del mejor material”, más un maletín incluido (“¡Se acabó el buscar la herramienta adecuada!, perfecto en casa, el coche, o los fines de semana”). 
Y con este revoltillo y confundiendo masajes con mensajes, y eso que pasó por alto el “encendedor más seguro del mundo”, que a esas alturas ya no le hacía falta para nada, fue a parar al chollo, un telescopio con una gachí en bolas (más bolas) a lo lejos, con el que “¡observarás tantos detalles invisibles a simple vista!”, que le era ideal para su presbicia más que despuntada. 
Y además, con este “modo apasionante de ocupar los momentos de ocio”, que iban a ser muchos en adelante, le regalaban un mapa del cielo y una guía de constelaciones, proponiendo “el descubrimiento de la luna y las estrellas, pudiendo utilizarlo además para observaciones a gran distancia sin ser visto: planetas, animales, personas, barcos...”, que cayó dormido y se puso a soñar que se convertía en un vibrador (muy) flexible que, ascendiendo como un cohete por entre bolas, se incrustaba telescópicamente de 365 maneras distintas en algo que sudaba dentro de un chándal o un salto de cama, no sabía, y en esto que oía voces que gritaban: “¡para desatascarlo hay que cortarle la herramienta!”, que fue cuando se despertó asfixiado. 
Pero enseguida sonrió al ver que era sólo cuestión de días poder materializar sus sueños.

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