miércoles, 8 de febrero de 2017

Violeta siempre


Este año se cumplen dos efemérides en una misma persona, la de la vida y la de la muerte, una involuntaria, la otra elegida, la primera de un siglo que hará allá por octubre cuando Violeta vio la luz austral; la segunda exactamente medio, cumplido el domingo pasado a los cincuenta de que la doliente poetisa se pegase un tiro en la sien para salir de escena a la manera, dicen unos que romántica, otros que lúcida y otros qué lástima. 
O tal vez quizás como la única manera de poder volver a los diecisiete siquiera la nanoestadía fractal y sin parada en esa estación adolescente, en la regresión a la nada que es la muerte en un segundo, camino siempre al norte, como el Run-run de su canción, y maldiciendo del alto cielo por ello, tan vecino del infierno. 
A su estilo y según el favor del viento, preguntándose la jardinera paloma ausente desde entonces, qué he sacado con quererte (la vida), y darle gracias sin embargo, en versos de desengaño, indiferente a lo que dirá el Santo Padre que vive en Roma, sobre si Arauco tiene una pena, los pueblos americanos o porque los pobres no tienen. Y viva Dios, viva la Virgen. 
En fin, cien años de felicitarnos y cincuenta de condolencia. Eso es lo que este 17 del XXI nos traerá de recuerdo de esa estrella que aún alumbra, deslumbrando, o mejor al revés. Y en español. Aunque aún no comprendamos el inmenso lujo que eso implica.

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