viernes, 22 de diciembre de 2017

Posverdad



Si en el principio fue el verbo, y por consiguiente lo real, que fue sustituido luego por la agenda o sistematización informativa en función de intereses complejamente sospechosos, por decir algo,
es el formato lo que finalmente ha matado la actualidad, al igual que ella misma fue la que primero sepultó el conocimiento asentado anterior o cultura, basado en el saber consolidado, libresco y estratificado. 
La vida de hecho es un formato vivido a través de formatos aportados por otros, siendo muy difícil tener uno propio y además de éxito, que encima, seguro que nos haría infelices, pues al aspirar todos los que nos formatean a nuestra máxima felicidad apelando especialmente a nuestra fibra sensible, inconsciencia y superficialidad (y no hay más que fijarse en los puntos que ha ganado eso llamado inteligencia emocional), a poco que procurásemos racionalizar lo nuestro, nos haríamos unos desgraciados totales en medio de tanto bien con que nos quieren rodear de continuo. 
De resultas, y tirando de simplificación, nos apuntamos a la posverdad: a la mentira complacida (y complaciente), a la fantasía gratificante, a la ficción agradable (y agradecida). Y fuera traumas, conflictos y calentamientos de coco. Lo importante, al final, son los sentimientos y ser feliz, se dice. Toda una identidad sentimental, un proceso, que hay que aprender. Y la tele, escuela de emociones donde las haya, está para eso. 
A poco que un foráneo vea TelePaje –antes TeleCospe y antes TeleBono–, bien podría pensar que todo manchego es un maletilla in pectore que se pasa el día de capeas, colgando cabezas de toro disecadas en las paredes, mientras canta copla y rancios aires carpetovetónicos, se oxigena corriendo galgos y se relaja tomando clases de cocina regional y viendo las películas más cutres, jurásicas y casposas patrias tanto en color como en blanco y negro. 
Es un relato impropio de nosotros. Pero es lo que se acepta a partir de la indiferencia que nos causa la media verdad asumida como modo de vida, siendo así como admitimos la parodia de nuestra vida, o formato contado por otros, supuestamente nuestros, pero extraños, como la verdadera, sin rechistar. Y que acabará siendo la legítima. 
Como en Cataluña, cuya última proeza (la de la posverdad, y esta vez afectando a todo el estado, que dicen allí) al conseguir, con la inestimable colaboración de los contrarios, resucitar aquello por lo que clamaban millones, Amnistía (a los presos políticos), Libertad (de la opresión española), Estatut de autonomía (autodeterminación). 
El nuevo grito, que según donde sea desata llanto o carcajadas, será una parodia del primero, pero, ¿quién dijo que las parodias no funcionan? El agua pasada, pues, mueve molinos. Entre otras cosas, porque ya no es la misma agua, sino su esperpento, y eso ahora vende mucho, ya que, en un mundo paródico, la verdad se halla en desventaja con la posverdad y la realidad siempre es menos verosímil que la ficción, su cuento, su relato, el agua nueva, el remake que mueve el discurso de fondo. La posverdad.  
De manera que el discurso, el prusés, o como se llame a partir de ahora, seguirá a cuenta de eso, y de las aguas que sean capaces de inventar. El nuestro, ya veremos (seguramente, en CMM, o TelePage, o TeleCospe, o TeleBono).

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