jueves, 14 de febrero de 2019

Cuadros


El insondable azar, y unas cuantas fugas, han querido que la tocata en la, la, la mayor sostenido (y lo que nos queda) del Procès, sea interpretada por 12 instrumentistas que son los comparecientes, pues muchos son los llamados y pocos los elegidos (o acudidos). 
Doce, número mágico donde los haya, que mide el tiempo y representa la armonía y la pureza, y a los tocados por él, como personas pacientes, sinceras y buscadoras de la perfección, que a saber si más de un magistrado no haya dejado en vilo su impostada suficiencia togada por ver en la cifra un mal fario para la vista (y el oído). 
Quizá por eso fuese preciso juzgar, junto a los asistentes a esta ¿Última Cena?, al Cristo ya de palo (quién te conoció, ciruelo), por huido, que es Carles. Para que así sean 13, doce apóstoles, y un anticristo. Una cifra negativa y chunga que añadiría sentido a la envestida de la justicia, y no contra doce, y su coraza positiva que le confiere la numerología, y que hay que negativizar antes de citarla siquiera. 
Es lo que hizo Aldrich en su Dirty dozen (los doce impresentables, sucios, lo peor), aquí titulada, también muy hábilmente, Doce del patíbulo, morralla para casquería, cuya única redención posible era la muerte por servicio a la patria. La cuestión es, ¿qué patria? Si el auto sale a galeras, mártires; si libres, héroes. Sería la primera vez que salir pa España, que se dice, fuese llegar a Cataluña en olor de multitud. 
Por eso lo mejor es una condenita y (siguiendo con el verbo condonar, que es lo propio de los politiquillos de turno) el indulto pertinente. Y serían mártires y héroes, pero guarros, desvirtuados: dirty: sucios. 
Hay mucho empeñado en hacer de esto el óleo de Leonardo, frontal, claroscuro, ordenado, bizonal, racional, medido, emotivo, psicológico, personalizado y discursivo. Pero quizás aquí lo que se necesite sea un Tintoretto que pinte esta ¿Última cena? en oblicuo amontonamiento, sombría y brusca, caótica y populachera, con el típico abigarramiento del desorden. Y dejar el falso humanismo a un lado. Lo que se llama pasar del renacimiento al barroco. O de la renaixença al barroc. Que ya está bien.

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