lunes, 4 de febrero de 2019

Perro no come perro


El nivel de vida de las naciones modernas se mide por el parque de perros de que disponen, y su calidad de vida por el calibre de las deyecciones que proporcionan, puesto que parece evidente que allí donde no sobra el alimento humano deba faltar para animales que, de existir, dejarían de ser de compañía para serlo de despensa, ya que las tripas solitarias organizan unos conciertos completamente dodecafónicos y claro, eso va contra la armonía que debe reinar entre los seres.
Me refiero a que donde falta galufa no puede haber ni Yin ni mucho menos Yan, y si se fijan en los noticiarios podrá observarse que en la colas esas de africanos pegándose callancas para arriba y para abajo, pocos perros se ven. Y mucho menos con pedigrí, salvo alguno de dos patas de la Onu, que además no llevan el cartel de “cuidado con él”, aunque se les pueda identificar por su mejor lustre y mondadientes.
Esta tontería puede ser sin embargo revocable si echamos mano del caso hindú donde, a pesar de la escasez, se mantienen unos cientos de millones de reses bovinas sin hacerles el menor caso, quiero decir sin hincarles el diente, prácticamente como en los tebeos Carpanta se hacía el loco al ver pasar los pollos, por si eran un sueño, y estas vacas de atar parecen más cuerdas que los que las rodean y agasajan, que mantienen en medio de tanta miseria una reserva enorme de carne ambulante.
Pero que nadie se engañe porque, aunque absurda, la respuesta a esta indiferencia es “para no morirse de hambre”. Algo que se comprenderá si se tiene en cuenta que, dada la escasez de alimentos que hay allí para tal gentío, si encima se dieran al golosineo de una dieta no estrictamente vegetariana, la agricultura no daría para producir suficientes proteínas de un tipo u otro al tener que destinar la mayoría de sus recursos, que son los que hacen falta para producir una unidad proteínica de carne de vaca, a la cria de ganado. 
Para evitar eso y justificarlo a todos los niveles, como se hace en cualquier sociedad y cultura, se han inventado lo de sacralizar las vacas: así no se las tienen que comer ni reproducirlas, saliéndoles más barato sólo malalimentarlas. Así es de absurdo. Pero no más que lo de nuestros perros.
–Voy a dar parte.
                                    –Por mi puede llevársela toda.
Nosotros, al contrario de mantener los perros para no tenérnoslos que comer, ya que perro no come perro, lo hacemos para que otros no coman porque, al igual que la riqueza de las naciones se mide por la pobreza de otras, el nivel de excedente social puede medirse arromanando el excremento de perro (extracto seco) recogido de la vía pública. 
Una ingente tarea que necesitaría de un nuevo Adam Smith, un nuevo padre de la economía política  del XXI, que partiendo de la tesis de otro insigne ecónomo, Thorstein Veblen, que no es ningún personaje de El imperio contrataca, sino un genial sociólogo de hace un siglo que elaboró los parámetros de la sociedad del ocio, el consumo y el despilfarro, llegase a proponernos una nueva tesis futurible del valor a partir del perro y sus derivados, mejorando la mía sobre la magnitud de su producto más genuino. Solo que eso implicaría ir siempre armado de un calibrador y un estadillo; todo, por otra parte, tan de este siglo obsoleto.
Pero está claro que nos hace falta algo que nos explique todo sobre el nosotros y el mañana que está al caer y romperse una pata. Y qué mejor que esa explicación sea a través de nuestro mejor amigo, inquilino, socio, algo pariente y hasta  amante. Todo para que, como siempre, los secretos de nuestra existencia queden en casa, antes de que nuestras casas se queden sin existencias por su culpa y haya que pedir la cesión de otro 0,7 para los tenedores de perros a riesgo de no poder atender el demandado para el resto de los perros que no comen perro del mundo, aunque en su caso sea más dudoso, si es que les quedan.
Para ello bastaría con que nuestros ricos se despojasen de ese porcentaje de lo destinado a sus perreras, y que los pobres de solemnidad se despiojasen de lo mismo con destino a sus vástagos que, para el caso y según las nuevas normas de igualdad, es lo mismo. O, mejor y para aligerar, que los pobres no hagan nada y que se les descuente directamente de la subvención, no vaya a ser que se equivoquen en el papeleo y luego haya que echarles la culpa de los niños famélicos del mundo. 
Al fin y al cabo un niño famélico responde de otro y los perros de los ricos sólo podrían responder a la voz... de su amo. O de su ano, que es el instrumento con que escriben su historia en el planeta urbano. Y que nosotros rubricamos con la suela de los zapatos sobre el lacre de las mierdas de perro que pisamos a diario. Habrase visto.

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