jueves, 7 de febrero de 2019

De clientes y franquicias


A mí lo del relator ese, ni fu ni fa, qué quieres que te diga. Que no me llama la atención. Lo que sí me ha dejado a cuadros y un tanto patidifuso es que, en pleno centenario del paseo con fusilamiento incluido de Rosa Luxemburgo (Rosa de Luxe, aquella pequeña judía, coja, inteligentísima y, como toda gran feminista, más ingenua que un zuro), las femis de ahora, o el mismo Sánchez, no se hayan estremecido con tamaño micromachismo y no hayan exigido avant la lettre, o sea pero ya, que sea una relatora, qué cojones, o qué coño. 
O es que acaso una mujer no es capaz de guardar un secreto mejor que cualquier chismoso fontanero de la política, de esos que desclasifican más información que una archivera, “oye, y esto que no salga de aquí, por Dios, que me la juego, pero ¿no sabes lo de fulano?”. 
Eso, en una mujer, es impensable, salvo que escojan a “la vieja el visillo”. Y lo que sucediera en esa cumbre ­–que será inenarrable, seguro– no correría como mierda cuesta abajo a las dos horas, a mucho tirar. 
Ellas operan de otro modo. Lo suyo es más una divulgación muñidora y bidireccional; penelopiana, de manera que ahí queda la cosa y todo el mundo lo da por sabido, aunque el marido sea siempre el último en enterarse. 
Un modus operandi que se ceñiría a lo que podría ser la ocasión perfecta para destrozar astrosos, taimados mitos, como el de la arpía malmetedora –no confundir con malmetida­–, o la madame celestina de la casa de lenocinio, lupanar o serrallo (que es la política), históricamente tan esencial para las coyundas –y aquí creo que la habrá, pues juro que hay tema, entre Sancachóndez y calenTorra–, acabando por romper así con esa perversa y libidinosa tradición de prohibir que ellas no puedan hacer de mamporreras, algo por otra parte tan natural, frecuente, necesario y a mano. 
Esencial pues. Y oye, que en enero han ido al paro otras 60.000 (por 23.000 varones), y hay que remontar esto como sea. ¿Para qué está el jodido erario si no? Mira, si nos aprobáis los presupuestos, podremos contratar relatoras por un tubo. Y si son bilingües, más –con lo que nos facilitarían luego los subtítulos en catalán–. 
Oh, sería tan bonito poder implantarlas por todo y en todo, y tan apropiado, con tanto diálogo como hace falta entre besugos, y ahora que toda audiencia es hembra. Todo no van a ser taxistas, ¿no? Hay que hacer hueco a otras clientelas. Y pellizco a pellizco, tacita a tacita… 
Ya sé que somos muchos los asociados, pero la tarta es grande y habrá para todos y todas –menos para quienes (y quienas) no haya–. Lo importante ahora, como dicen los socios de las amistades peligrosas, es desfranquizar España. ¿Para qué? Pues para franquiciarla, tontos (y tontas). Ya lo dijo Marx, de cada uno según su capacidad y a cada cual según su necesidad. Lo que quiere decir, que cada uno obtenga su franquicia. Y sobre todo, sobre todo, para relatarlo. Que es lo que más falta hace. Y es lo que toca.

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