lunes, 18 de febrero de 2019

Vidrios rotos


El fascismo alemán acuñó “la noche de los cristales rotos” como expresión prístina de golpe de efecto unísono y premeditado, al hacer fosfatina los escaparates, ventanas y demás transparencias judías, dejándolos al orete junto a cualquier pretensión de convivencia.

Ochenta años después, algunos salidores sabatinos reviven cada cencerrada semanal el gusto por romper vidrio, en este caso de cascos de botella, para no calentarse mucho los suyos buscando otra diversión, volviendo lo rompedor de la juventud sinónimo de destrozón, que es más bien pueril.
Pero es que la edad del garbeo de los pingos baja cada año, como falsa mesura de la libertad. Falsa, porque esos horarios –iba a decir de asueto, pero eso es más propio de los que lo alternan con el curro–, no han sido conquistados sino regalados y toda libertad auténtica tiene un precio, algo que no va con la saliduría, que sólo tiene un coste económico, orgánico, sexual, etc, que es lo mismo, pero no su precio real, que no sabermos de cierto cuál será, presuponiéndolo tan sólo a partir de muestras superficiales como son las papeleras destruidas, los árboles tronchados y la basura plástica de moqueta dominguera madrugándonos, pues la sustitución de los frascos por las litronas de vaso de pet impide a los nuestros seguir emulando a fecha fija a las juventudes de las SA alemanas o, por poner otro ejemplo de fascismo menos sospechado, a los somatenes de todas las edades y condiciones organizados espontáneamente –y nada se vertebra de ese modo si no se dan todas las condiciones ideales– cada sábado en la noche en los pueblos usamericanos para farrarse ejercitando todo tipo de taras racistas, como tan bien quedara plasmado en películas como La jauría humana.
Y no vale echarle la culpa a la luna, la hora, ni, si me apuran, el alcohol. El problema es el glamour implícito en salir, y si es de noche, no veas –ciegos o no–, y el mal rollo adosado a dormir sincronizado con los luceros, que es sinónimo de muermo y amargamiento.
¿Vandalismo nocturno o arte de vanguardia?
Apuntarse a una tendencia que en USA es casi un clásico, como es sacarle al sábado su jugo de gasolina y etílico y, montados en ese dos caballos, desfogarse metiendo fuego al mundo, es, para seguir con los contrarios, una manera identificativa entre gente afín bastante desidentificadora respecto al marco de trasplante, ya que aquí la gasolina es bastante más cara, lo más parecido a Little Richard es Llongueras y la movida sabatina fue cantada por Tequila diciendo “te sacaré a salir”, que es un giro tan porteño como antigramatical, pero muy ilustrativo de esa nueva actividad convertida ya en autónoma, igual que el cenar, el bailar o el pendoneo, como es el salir, pues cuando cualquier verbo se hace simplemente porque sí es cuando toma carta de naturaleza.
Salir, así, es hacer algo concreto y con una validez casi productiva para los que casi no hacen otra cosa, y absolutamente para los que la explotan. Lo que pasa es que, a pesar de tener bastante práctica, muchos que empiezan o que no acaban de convencerse de que esa va a ser la gran actividad de sus vidas, necesitan hacer algo más que salir, que no es poco: por ejemplo, romper vidrios, que es su forma de machacar a los judíos de turno, en este caso de modo muy benigno porque, entre otras cosas, son los que les sueltan la guita para salir y los esperan hasta las tantas, muchas veces... al orete.  

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