jueves, 29 de octubre de 2020

Octubre

 Octubre es ese mes en el que siempre te acuerdas de que hay que hacer la revolución, y siempre vas y lo dejas para luego. Revolución democrática, por supuesto. Otra sería muy difícil, con mascarilla. La revolución, o se hace a pelo, o nada. Y que sería no presencial, como todo ya. 

Porque estamos sin estar, salimos sin salir y nos relacionamos sin tratarnos. Es como aquella vida sin vivir de Santa Teresa pero al revés, viviendo en nosotros más que en los demás –¿una vida invertida?, pero ¿en qué?, que diría el chiste del catalán–, y aunque utilicemos el espejo de los otros para hacerlo. La prueba es su espectáculo, a lo Show de Truman, cuando al exponerla en la red, para salir del anonimato y recibir los likes preceptivos para seguir sobreviviendo a la propia pandemia, el poder la refrenda como la auténtica, pues para él es el nuevo chollo descubierto para mantenernos a distancia de nosotros mismos a partir del alejamiento del resto, dispersos en busca cada uno del guíscano perdido (y prometido), que quizá no haga la felicidad, pero prolonga la espera en la antesala tanatorial del horno crematorio. 

Es el gran fiasco de vender esta vida devaluada como otro simple objeto del entretenimiento (aburrido) de la cultura de masas, como el fútbol, el juego, el trabajo, las compras o la comida, todo ahora teleproducido, por nosotros pero sin nuestra presencia. Hasta el sexo, o cibersexo, o sexting, tan virtual, imaginado, solitario, televisado e inútil –¿porqué lo llaman amor cuando quieren decir voyerismo?–. Por algo el principal lema de nuestra civilización es ese “manténgase a la espera, todos nuestros operadores están ocupados, estamos trabajando para usted, enseguida le atenderemos”. 

En esas condiciones una revolución (no presencial para una vida no presencial) sería más falsa que la toma del palacio de veroño (y no de invierno) y más banal que un megabotellón. Y hay motivo: el cambio de hora, o el medio fascismo, o medio democracia, de prohibir las reuniones de más de 6seis Claro, que con Franco eran tres. Así que algo hemos avanzado. Vamos, que este año tampoco habrá diez días que conmuevan al mundo. Y el siguiente ya veremos. Ah, octubre.




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