jueves, 26 de agosto de 2021

Talibania

 A mí lo de Afganistán no me llama la atención. Entiendo que su gore gótico altere a noveles y desmemoriados. El exotismo del mal es siempre un gran plus, como sabían Poe o Conrad.

Pero a mí esa iniquidad me suena de algo, como un dejà vu. Y es que no es el primer país que tiene su Kabul 2021, esa vuelta al pleistoceno por decreto (o ni siquiera; por cojones, o fusiles). 

Aquí fue en la posguerra, cuando se obligaba, para cobrar los puntos o tener cartilla de racionamiento, a arrejuntados y ennoviados ominosos, ahora follamigos, a “legalizar su situación”, yendo algunos al altar con sus hijos, ilegítimos por ley, para curarles un pecado que, si no fuese tan penoso, habría sido descacharrante. Y a los separados a arrejuntarse. Y las secuelas del estigma, los prejuicios y el trato ominoso posterior, menos mal que solo oficial y de ciertas castas, pues al grueso de la tropa todo aquello se la cascaba, como se demostró en cuanto asomó la gatera de los sesenta. 

Pero la sharía española existía. Solo que fue quedando en segundo plano, y luego en tercero, hasta esfumarse entre minifaldas, yintonis y Errecincos, pasando de ser un régimen integrista, pero por lo civil, a serlo integrado aunque por lo criminal. Pero sí, hubo un tiempo que había más talibanes que botellines. 

Ahora también los hay, y más que móviles, solo que no llevan turbante, y barba, solo los hipster. Pero como llevan el sello democrático, hacen minutos de silencio y juran a diario por la empatía, por la solidaridad y por Snoopy, pues cuelan. Aunque sepamos que con los afganos, como antes con el covid y antes otras cosas, se lo montarán para seguir llevándoselo crudo. 

Algunos ya están en ello, con el puente aéreo ese para demostrar a los USA ser más amigos (que gorrinos o) que los moros, los militronchos haciendo de hadas madrinas, enseñando corazoncitos de plástico regalados por niñas afganas (¿no queríais gore?). Y todo bajo un turbión mediático tan cegador como apopléjico, nuestra Tormenta del Desierto permanente; solo para nuestros ojos. Y creemos que es la arena de la playa la que no nos deja ver. 

Pero ya vale; al chiringuito hay que venir llorados. Y si se te saltan las lágrimas, le echas la culpa a la cuenta de los boquerones (que están imposibles), y ya está.

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