jueves, 12 de agosto de 2021

La culpa

 Cataluña es un país (petit) con suerte. Quienes juran no haberles calado la españolidad, esa tara prodigiosa, ese otro tema, más sus agregados sobrevenidos por interés, compuesto o simple, fatalistas como un nieto triturador de herencias, creen que no, pero mire si tienen potra. 

Y no es por la penúltima extorsión, el enésimo privilegio, el innúmero chantaje vía Sánchez del resto de convivientes del piélago, sobre lo que llevan edificando su fortuna 170 años. No. Eso no es suerte; es una condena a un modus operandi y por tanto vivendi que acaba con la propia ruina cuando se acaba, como pretenden, con el huésped de tal simbiosis parasitaria. Y no tiene solución. En el caso de que Andalucía –ese sur que les da dentera por ser más sur que el suyo propio de otros nortes– alcanzara más PIB per cápita que ellos, pedirían compensaciones para seguir sobre la burra, como hace ahora Ximo Puig con Madrid. 

No. A lo que voy es a la inmensa chamba de que, fieles al conservadurismo visceral que da la vida regalada, no se atrevieran a dar el siguiente paso, uno solo, hacia la independencia. Visto lo visto, podrían haberlo conseguido, pese a Rajoy (¡Ja,ja!) y Europa (¡ay, que me troncho!). Solo que no quiero imaginarme lo que habría venido después, vista la relación de fuerzas y a las puertas del virus. 

Pero si algo está claro es que el autogobierno catalán ha demostrado ser incapaz –como otros– de gestionar lo suyo y, propagandas a favor y en contra aparte, el desmierde y el malestar son peores que en muchas autonomías. Y decir que la energía emancipatoria les hubiera hecho de turbo para sortear la transición es seguir echando la culpa de lo suyo a los demás, que es lo típico cuando se fracasa estrepitosamente. 

Los estados serios, entonces, se vuelven a poner en marcha. Los fallidos, reniegan impotentes, maniqueos y sectarios; e inútiles. Y solo buscan culpables. Que es lo fácil. Y más barato (si es a costes pagados por otros). Pero peligroso pues lo de la culpa es mala cosa. Mientras puedan echársela a los de fuera, bueno va. Pero llegará un día en que se la echen a los de allí mismo, de dentro. ¿Y entonces, qué? 

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