jueves, 17 de febrero de 2022

El lobo

En España hace falta un cataclismo de dimensiones cósmicas para que el personal, y sus merecidos políticos, se percaten de que aquí falta agua hoy (y no te digo mañana) y, aún peor, se tira a cántaros, a canales, a ríos. 

Un cataclismo del que hasta aquí nos hemos ido librando, con inversiones –si se pagaran de una el litro valdría más que la mineral– y cierta piedad meteorológica, lo cual ha generado una percepción de invencibilidad (o de imbecilidad, a saber) pues un país capaz de soportar a la vez al anticiclón de las Azores y a Sánchez (o Rajoy, o Jorge Javier) ya puede aguantar todo. Y no. 

La luz, el agua, el gas o la ficción, son grandes trenes de negocio, donde los políticos hacen de revisores para las (grandes) empresas que los explotan. Y como se pagan a escote, su gestión, por decir algo, consiste en inflar la demanda y sobreexplotar para aumentar su escasez y las tarifas. 

El resultado es la contaminación lumínica, con calles con más luz de noche que una incubadora de pollos, que por el día se limpian a manguerazos (y no por falta de barrenderos) mientras los aspersores, o las averías, funcionan sin control calando pavimento, haciendo así de las alcantarillas nuestro río más caudaloso… sin que caiga una gota. 

Pero, con todo, el principal problema sigue siendo esa absurda actitud, cebada durante décadas, de que eso que el agua se acaba es otro cuento del lobo, fieles como somos a ese misticismo inoculado de que todo tiene solución y si no, mira el dinero, se imprime más por la noche, y ya está. 

Lo primero pues, sería empezar a romper con esa idea de bien inacabable. Pero en serio, no con campañitas para sacar pechuga, quedar bien y subvencionar a cuatro amiguetes, sino poniendo en práctica sistemas de ahorro y de control, democratizando de verdad la supervisión de la gestión, penalizando su derroche –si es posible, ya que el ayuntamiento es el primero en tirarla a derechas y a izquierdas–, y disuadir de su uso excesivo como sea. 

No será muy popular, pero alguien tiene que empezar a preparar una vida con las gotas contadas. Por si los lobos, que, no hay más que mirar al cielo, ya acechan.    

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