jueves, 10 de febrero de 2022

La potra o cargando la suerte

 Si Sánchez tuviera un casino (que a saber o casi seguro que lo tiene), le dejaría todos mis ahorros, si no pensase, como pienso, que iba a arramblar con la recaudación y adiós mis pavos. 

Porque este tío nació con una flor en el culo y estrella gatuna, como ha demostrado al caer de pie dos veces ya defenestrado por sus propia famiglia. Y no solo eso. 

Fiándolo todo a su estrella de superviviente nato con más fortuna que un quebrado sin braguero, ahí sigue, en su particular ruleta rusa, y cargando de balas el revólver para que no se diga que no hay huevos, que lo mismo es eso, que no hay más huevos y, de perdidos, al río, que es toda su táctica. 

Aún así, amamantado en el peligro, practica la portagayola, pone las banderillas estatuario y busca el volapié, a sabiendas de que, o eso, o a criar mansos. O resobar escaño no azul, que es peor. 

Y así, dedicando la faena al tendido de sol, aunque todos sepamos que la sombra le tira la suyo, sigue en su huida hacia delante confiado en que a cada repecho habrá un buen samaritano engañado por el espejismo (o esperando beneficiarse de su suerte) dispuesto a darle cuartelillo, y a cada desfallecimiento una venta de mal abrigo  o incluso mala fama, que le cobije para rehacer sus artimañas y otras artes de subsistencia por treinta monedas sacadas del crowdfounding a fondo perdido de donde sea. 

Y a seguir con la potra, entre la necesidad hecha virtud, acabada en su caso en el vicio de la temeridad de creerse invencible (aunque lleve camino), siempre a su puta bola. Porque ese es su talón, para el que no hay ninguna flecha todavía. 

Pablito, el aspirante (¿a flecha?) es solo un mimado que no se ha ganado nada él solo –como prácticamente toda su promoción política–, trastornado por los celos de su hermana mayor y con peores compañías que Oliver Twist. 

Y el menda, a deleitarse tan relamido él; gustándose, que se dice, y que es su diferencia principal con el último gran suertudo histórico (hasta que se le acabó) que fue Suárez: el hedonismo, la vanidad del saboreo del favor del destino, que aquel no desafiaba, con buen tino y por si acaso, y porque tenía un proyecto político que compaginar con el suyo propio. 

Y este es que se explaya, sin miedo a gonorreas de la promiscuidad ni al estupro de abusar de la suerte, que siempre es una menor, pidiendo aún encima a la banda Yo quiero ser matador, pues su proyecto es él y solamente él y nadie más que él.

Y lo demás se la refanfinfla, y si no hay pan, pues nos dará pasteles, aunque sean de callejón. Y mucho show, que es lo que debe continuar. Con él, claro. Por eso el día que caiga, no se perderá nada. Pero mientras aguante solo tendremos espectáculo y moscas. 

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