jueves, 5 de mayo de 2022

Realizando

 Resulta que lo de la lengua también tiene su hit parade. Que yo no sé cómo lo harán, si habrá camareros espías, lectores de guasaps o dependientas de Zara que le pasen a la RAE lo más bruñido e ignoto de sus escuchas fonéticas, pero en lo más alto del top del idioma la palabra reina es realizar. Ea. 

Yo, en vez de un verbo, que siempre indica eso tan lejos del pasotismo patrio que es la acción, habría apostado por algo más sestero, indefinido y facilón como “eso”, “tal” o “cosa”, términos que definen mejor nuestra desgana y falta de respeto por el vocabulario. 

Aunque no iba muy desencaminado y, de tener en cuenta las nuevas características de nuestra idiosincrasia, como la comodidad, el conformismo y el autoengaño con que se tiende a encubrir tales vicios de época, habría acertado. 

Y es que realizar es un sinónimo nato, en su caso de hacer. Solo que hacer no tiene ningún glamur, ya que es algo que se le supone al que está vivo. Para ser claros, es un verbo de pobres. Cualquiera puede hacer, magdalenas, pis o gobernar –o al menos decir que lo hacen (otra cosa es luego probar las magdalenas)–. De modo que hacer ha llegado a ser mediocre, cutre, vulgar, impropio de los seres venidos a más que todo el mundo cree ser en este neobarroco de empobrecidos hidalgos de móvil en astillero en una mano y perro (no) corredor en la otra, que hoy disfrutamos. 

Se necesitaba un término que nos pusiera más en el candelabro y, aun siendo ambiguo, dijera más y nos aparentara más protagonistas activos. Algo que paliase ese complejo que es la miserable gran rémora general de sentirse la última ful que excretó Colón, y dándolo por bueno comparado con lo que viene. Y para eso había que realizar. 

¡Que quiero realizarme, joer!

Porque realizar ya tiene un nivel, demostrar que estamos ahí, cortando el bacalao, o realizándolo, realizando un pis o realizando magdalenas. ¿Para qué? Para realizarse. 

Es la típica operación blanquea y da el pego: se coge un verbo transitivo, típico de hacer cosas, y usándolo para todo, pero sin hacerlas, se autoafirma uno y se pone en valor, volviéndolo reflexivo. Que, por cierto, es de lo que menos realizamos: reflexionar. 

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