jueves, 25 de agosto de 2022

Inquilinato

 

Un nuevo fantasma recorre Europa. 

Fruto del doble bombardeo, el del acoso televisivo, esa otra guerra que no cesa, advirtiéndonos de lo que se nos viene encima, y del real de los grados Celsius

cayéndonos sin parar cual bombas de racimo, andamos generando una neurosis esquizoide consistente en desear que de una vez cese el suplicio del termómetro, pero sin querer llegar a ese largo y horroroso invierno que nos acecha.

 Es como un síndrome de Estocolmo meteorológico por el cual se agradece el achicharre con tal de que nos deje con vida para perderla congelados después en el salón (con la tele puesta, espero), a falta de gas, o sea, gaseados pero por déficit. Como si, asqueados ya de tanto desalivio, repudiásemos el verano en propiedad, sin saber que, por cierto, es una de las características de lo que viene, ese futuro sin bienes raíces, que desde ahora serán bienes tallos, hojas, flor, los más afortunados, aunque con bicho incluido. 

Un porvenir ya sin jóvenes propietarios –la juventud, esa dicha de alquiler-, pues ni las niñas quieren ser ya princesas, y menos en propiedad: solo influencers. Es que ni siquiera los viejos queremos serlo –bueno, algunos quieren ser princesas, todavía-, pues la propiedad no solo es un robo (al que se le vende, incluso una botella de leche), sino que te impide irte de veraneo, esa (no)propiedad que para muchos en cambio es ya tan permanente, una esencia, una categoría filosófica, un tontos a la fuga pero en bucle, solo que pretendida ahora como de alquiler, sin compromiso y esperando que Europa establezca al fin una Troika meteorológica que meta en cintura los excesos estivales, que para eso pagamos (aunque no sé aún quiénes). 

De modo que, por lo que asoma, a partir de este invierno ser rico no se medirá por las posesiones, de unos pocos tan solo, aunque no necesariamente ricos, por ejemplo los agricultores, sino por los grados del salón en Nochebuena, aumentables de forma clandestina sin miedo a la inflación –un día es un día- y aunque sea accediendo al mercado negro. 

En suma, la riqueza será la cantidad de verano que se pueda incrustar, añadir de propina al invierno, y que a partir de ya nunca más será propiedad y sí dosificado, racionado y de pago. La guerra (y el invierno) es eso. La paz (y el verano), también.

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