lunes, 15 de agosto de 2022

Tarados

 

Sabido es que España es toda una potencia paralímpica. Lo que no logra el deporte “normal”, si no es con nacionalizados debidamente “blanqueados”, lo consiguen con creces cojos, mancos, ciegos, sordos y demás disminuidos, como si nada, o sea como si todo.

 Lo cual no tiene mérito, según la ley de oro de la producción deportiva, de cuanto más base tiene un deporte, o cantidad de practicantes potenciales, más poderío. Y habida cuenta de que en nuestro país hay un diez por ciento de minusválidos, 4,8 millones de personas discapacitadas, una base social enorme para producir deportistas, lo raro es que, con tamaño privilegio, no se copen hasta las medallas de latón. 

Aunque nada más lejos, pues una vez más el deporte, en este caso paralímpico, apenas tiene nada que ver ni siquiera con la extracción social de sus practicantes, y sí con su capacidad, esta sí que muy desarrollada, de superar lo insuperable, en su caso las condiciones más adversas para seguir en la brecha hasta el final. 

Ese es su ejemplo. El que siempre que salen en la tele, los programadores, que de una forma y otra siempre es el estado, nos tratan de vender al resto. El que dicen que nos ayuda a seguir con este maldito tango. Otra gran mentira sobre nuestra resiliencia incansable, insobornable de gran país, del conjunto de la sociedad, como dicen esos falsarios, para continuar. 

Porque lo que en realidad se practica, y nada tiene que ver con esos atletas, es esa otra tara nacional: la picaresca de conseguir aunque sea una minusvalía del 33% para bajar el IRPF, la declaración de la renta u obtener un aparcamiento gratis, habiéndose instalado como el gran deporte nacional hasta el punto de que no hay inmigrante que no domine sus resortes al poco de estar aquí. Y la única competición de este nuevo Más lerdos, más flojos, más bajos, es a ver quién consigue en menos tiempo mayores favores. A ver quién es más minusválido. Y más listo en jugar el juego patrocinado por los estados, ya que es práctica común a todo nuestro entorno, que se dice, sin que haya ningún género de cortapisas a los (muchos) defraudadores, sino más bien fomentándolos. 

Es la única explicación de que esos atletas no sean el orgullo nacional. Porque son vistos como vergonzantes. Y claro, no nos representan. Por desgracia.

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