sábado, 8 de octubre de 2022

Bendito estrés; equipajes para el otoño

La pulsión del estrés acaso sea de la misma raíz que la de la muerte. O al menos, parece ser una sublimación del proceso de ésta, cuando tal proceso ocurre.

A tal efecto, cobra importancia, y es obligado recordar la teoría, constatada, de Kühbler-Ross, de los cuatro pasos por los que camina el proceso cotidiano del morir, desde la negación de su anuncio y presentación hasta su total aceptación, seguida de la paz con que al final se asume en la última estación.

Parecido itinerario suele ponerse también de manifiesto con el estrés, cuando se desata la inminencia de un corte radical, de hecho el final de algo percibido como vital por el sujeto, que supone un cierto paradigma del fin, sea por simulación, o sublimación, o remedo si queremos, cuando en lo económico, lo psicológico, social, etc, el individuo reacciona ante ello con pautas parecidas a la pulsión que causa el finiquito. Y como era de esperar, mal.

Al seguir el mismo modelo de actuación, siquiera sea en su forma más patética, por consistir estas situaciones en parodias del morir, lo primero es negar el hecho en antesala, cuando no ya en la misma cocina del sujeto, para, a continuación, pasar a chocar con él arriscada, frontalmente, aun siendo el estrés un enemigo imposible de batir por esa vía.

Hasta aquí, la vía clásica de consideración y trato de tales asuntos consistía en dramatizarlo exponiéndolo en un marco en el que público y drama –o tragedia, mejor– se situaban en un mismo plano de empatía (sintonía, diríamos hoy), dando lugar a una corriente continua por la que la tensión se transmitía (y se diluía) en su exempla, mediante una catarsis de baja intensidad y controlada que permitía la asimilación de las pulsiones humanas antes de establecerse como patologías sociales. La gran función del teatro era ésa: exponer en común los miedos, el torbellino, para, sin perderlos de vista, superarlos según evolucionan en el hombre.

Hoy eso es imposible. Ese psicodrama social permanente ha desaparecido. El teatro evolucionó al paso de las clases en clave burguesa, haciendo de la tragedia una parodia, o un melodrama sesgado y parcial, falsamente englobador del todo social. Y eso impide la capacidad de catarsis integral.

Además, el histrionismo, como herramienta básica de invocación y superación de los demonios que se proyectan a su través en el teatro antiguo, queda invalidado para esa labor de depuración de lo que de continuo nos sujeta y nos condena a la extinción hasta en la forma más simbólica.

De modo que, incapacitados o desposeídos de las formas sociales o grupales de aproximación y superación, y sin sus herramientas esenciales, nos vemos obligados a enfrentar ésa y otras manifestaciones espurias de la muerte desde la soledad y el enclaustramiento que hoy supone el proceso de individualización llevado a sus últimas consecuencias. Por ejemplo con el psiconalálisis, el psicodrama por excelencia, pero entre dos, un monologuista y un espectador que es a la vez hermeneuta y crítico: el terapeuta.

La forma en que hoy se nos anticipa la muerte, de forma sublimada, hace que sea ésa la misma manera de confrontar sus manifestaciones, en el entendimiento de que, del mismo modo que se nace y muere solo, sólamente contamos con esa soledad a la hora de gestionar las contingencias que, bien mirado, serán más bien beneficiosas si las vemos como prácticas que todo el mundo debería hacer para una mejor gestión de la muerte; como un buen entrenamiento.

Es preciso, pues, que en esas situaciones asimiladas a la muerte a que nos vemos abocados a diario, sigamos el mismo modelo establecido por Kühbler-Ross, primero de negación y rebeldía, aunque sin exacerbarse, tan contraproducente pero tan fácil por el mismo instinto de supervivencia, primero porque al fin y al cabo la muerte sublimada no es la muerte en sí, y segundo porque la impresión de victoria rápida del brote es tan probable que haría imposible la segunda fase, creo yo la más importante, que es la de irse amoldando a los perfiles trazados por esa manifestación concreta de la parca en forma de estrés, ansiedad o lo que sea, adaptándose a ella como un enemigo superior y necesario, de gran ayuda para el aprendizaje vital, ante el cual la única lucha es la resistencia pacífica, usar de su fuerza superior, para, a posteriori, asimilarlo como propio, y una vez asumido, poder convertir la derrota que supone nuestra conquista negociada y subsiguiente rendición, en la victoria que puede ser resolver las modulaciones de todo tipo que nos envuelven y remueven, integrándolas en nuestras expectativas.

O lo que es lo mismo: aprender un poco cada día a reconocer que, si la muerte es invencible, la vida, sabido esto, puede ser más fácil reconquistarla cada día.

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