miércoles, 26 de octubre de 2022

Justicias

La justicia es quizá uno de los conceptos más remotos y acendrados de la humanidad.

Y de los más deseados, también, por su rareza –se ruega no comparar con la igualdad, esa entelequia quimérica-, siempre tan escapista en sus vericuetos, pero como pepitas de oro, igual de posible aunque lotera, por lo cual se la deja muchas veces en manos del destino, que con su aleatoriedad acostumbrada genera una variante que, si no satisface el ansia de venganza inherente siempre al deseo justiciero, al menos sí resta impunidad al agravio que dicta siempre su impulso, como es la justicia poética. 

Una justicia que, si bien es ligera, propensa a la corrección y baja en calorías, nada punitiva y a toro pasado; vamos, una mariconada de justicia, suele ser elegante, estética y no sanguinolenta, dejando que sea la fatalidad leída en clave satírica- más cercana a la ironía que a nuestro sarcasmo-, la que nos libere de la espada y de la venda y la ceguera de ejercer de jueces, esa maldición, dejándonos en meros observadores testigos. 

Chaplin sabía muy bien esto y usaba al destino –y gratis- como otro personaje más, actuante en su favor y, por extensión, del público de la época, entregado a la empatía por la vicisitud. Hoy esto no se hace. Todo lo más se tiran puyas o dicterios, cosa oral, desahogos triviales e inmediatos contra quienes creemos los verdugos, y pasamos página. 

Así que la justicia poética suele ser anónima y fuera de los circuitos de nuestra mirada, y no la percibimos. Como esos sintecho que duermen bajo las entradas de antiguos bancos que quizás los desahuciaran de sus casas, para desaparecer ellos mismos más tarde bajo la ruina financiera que provocaron. 

O, por bajar más a la piel, ese picor o dolor de picotazos de insectos inasequibles al otoño –si es que llega este año- y tan campantes gracias a todos esos pájaros y otros seres que ya no están para acabar con ellos, gracias a nuestra imperturbable estulticia. 

Eso es justicia poética. Simples haikus en un devenir crecientemente sutil y maquiavélico, y que apenas se dan, se desvanecen. Y lo malo es que, desde siempre, es casi la única que ha habido.

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