jueves, 24 de noviembre de 2022

La recluta

Próximamente, mogollón de peña va a hacer un hallazgo pasmoso y sobrecogedor: van a descubrir que son pobres. ¡Alehop! Ellos creerán que ha sido repentino, aunque llevasen años haciendo masters cum laude al ir al dentista, celebrar la comunión o comprar el híbrido. Y no lo aceptarán.

Con la pobreza pasa como con la muerte, primero se niega, y al final se ve como salida: al menos ya no te has de preocupar de hacerte rico. Y pasarán así, sin anestesia, ni aviso de desahucio de su estatus hasta ahí, sin hacer ni el campamento, al ejército de veteranos que mayormente adquirieron esa condición a plazos –como debe ser en un pobre- y ven el recibo de la luz como un Gozilla insuperable. 

Y ya aherrojados cual derrelictos a esa nueva categoría-foso caracterizada, no por no llegar a fin de mes, que eso le pasa al más pintado (o tatuado), sino por carecer de agenda, y no poder permitirse ser serio ni cumplir sus compromisos, que es donde el nuevo rico y el nuevo pobre coinciden,. por motivos de agenda, obviamente, al fin serán libres, pues, al contrario de lo que se proclamaba en la entrada de Auschwitz, no es el trabajo lo que da la libertad, sino, como decía Spinoza (de español, Espinosa), es la conciencia de la necesidad. Y cuando se es nuevo pobre, la necesidad, más que mucha, lo que es es acuciante e ignota. Y aún más indiferente para los demás, si cabe. 

Y es que el nuevo pobre representa una nueva categoría económica, incluso filosófica, que aún está virgen para la sociología, hasta ahora hecha para los pobres de siempre, los de libro, los de Gila, los del Inem, los de las beatas, los de solemnidad, etc. 

Para los sobrevenidos, de diseño, de arte y ensayo, digamos, los postmodernos, no hay teorías, ni epistemología, ni casuística, ni leches –todo lo más, garbanzos de la cesta de Cáritas-, ni libro de instrucciones. Son un fenómeno prístino cuya seña principal no es financiera sino psicológica, al ser un colectivo, que diría el pijerío progre, cuyos miembros se sienten mayoritariamente ricos atrapados en el cuerpo de un pobre, luego pobres atrapados en la mente de un rico, y al final pobres dentro de otros pobres. 

 Es por lo que, para su adaptación, se debería diseñar un procedimiento, por los ayuntamientos, pedanías o incluso la asociación de vecinos de tu barrio, que conllevase una disposición transitoria, como esa que dicen le falta a la ley del Sí es sí, no para salir antes de esa cárcel de la pobreza sobrevenida, sino para tardar menos en acoplarte con lo que puede que sea tu última condición antes de diñarla. 

En definitiva, para que cualquiera pueda salir un día de su casa como un ejecutivo, niquelado, y volver a ella a la tarde sin cartera, en camisa y andando, como si nada. Para eso son los impuestos. Qué menos. 

 

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