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Máquina Enigma, auténtica. |
De aquí a que aparezca en nuestras pantallas este rótulo dando fin al año, un buen puñado de insensatos (o no) habrán puesto punto y final a su peregrinar por estos pagos. Alguno será viejo, pero la mayoría no habrán cumplido los 35, y no sabremos el por qué de sus prisas por salir de este mundo sin comerse las uvas.
En la puerta de Eroski
te vi un domingo.
Yo dije vaya tía;
tú, vaya un tío.
Las cosas que yo daría, sería,
por un trozo de tu cielo, Consuelo,
cositas que daría yo,
la puntita de mis carnes
y el huequecito de mi corazón,
que hasta morirme podría
con tal de volver a verte a la luz del día.
Al laíto mismo del agua,
fuiste a comprarme un cortijo
jugando a la lotería.
Y como no te tocó,
trajiste una cabra fina,
y vivo de su leche y de tu miel,
pero me quedo con tu boca y con tu piel.
Tengo un huerto de primores
con yerbabuena para las penas
y verdolaga para el mal de amores.
Los chivitos, para Pascua
y el rocío, pa' la calor,
y con tu boquita llena,
que me quieres, dímelo.
Que ni el parné de los reyes faraones
ni las yerbas de la madre celestina,
te curan del pasar de los pasares,
no lo dudes, tú la diñas.
Berrinches no cojas,
no tomes pesaombres,
tú, como si pasan
veinte procesiones.
Alevántate,
alevántate,
que la enagüita
bajo la manta
ya se te ve.
Allá por la prehistoria, cuando la cesta de navidad, el consenso y vamos a llevarnos bien, los politólogos, periodistas y otras chicas del montón dieron en llamar clase a la casta política, por aquello de dar lustre y postín a lo que era un gremio de conjurados contra el cambio de verdad.
Y no hablo del amigo invisible, ese ángel extraño que ayuda a la contrata navideña de dependientas para dar abasto a descambiar regalos.
En mi niñez, hace un bancal de años, la Inmaculada no era un puente, y acueducto no había más que el de Segovia. Eso fue cuando la casaron con la Constitución, esa otra santa, en premonitorio matrimonio LGTcétera.
Agencias
El ministro Marlaska ha sido uno de los primeros en reaccionar ante la debacle de España frente a Marruecos, manifestando que "ahora también me echarán a mí la culpa de todo, pero puedo asegurar que yo no he sido. Y si no, que miren el VAR".
Ahora está limpio, pero hubo un tiempo en que San Andrés llegó a ser el patrón de los asesinos, al apadrinar lo de matar la res, la del sacrificio a Yahvé y al intestino grueso, y que por aquí desde el medievo no ha sido otra que su excelencia el cerdo –por tanto hablamos de cerdicidio-, nuestra auténtica res pública, nuestra utopía, nuestro sueño.