viernes, 19 de mayo de 2023

La piel

 

Lo que me temía ha acabado por ocurrir. Venga decir los políticos en esta campaña, ese mariachi que recorre España, que se iban a dejar la piel con nosotros, pues, alehop, ha pasado. Y el otro día me encontré una, así, en plena calle. 

De primeras, y de sopetón, casi traslúcida y arrugada, parecía la muda improbable de una gran serpiente amorfa -y no sean malpensados-. Pero al verle las mangas pensé más bien en el impermeable de algún precavido, que, harto de tanto oír que va a llover, y nada, lo había tirado. 

Sin embargo, al cogerla del suelo y notar su toque suave, apenas usada, intuí, adiviné que era la pellica de uno de ellos, que había adelantado su promesa.¡Hala, ahí va eso. Para que digáis que no cumplimos! (O se le había perdido. A saber). Incluso llevaba una pegatina, que me callo para no influir en el voto de mis lectores/as. 

Y entonces me acordé de cuando, en mi infancia pasaba el pelliquero con su carretilla, y le sacábamos las pieles de conejo, y a cambio nos daba una pelota de trapo o una manzana caramelizada, y por una de cabrito hasta un balón. Y pensé lo que hoy hubiera sacado por la piel de un político (y con la cantidad de cabritos que hay ahora, ni te cuento). Pero como los pelliqueros ya no existen -aunque a este paso se pondrán de moda- me fui a ver a un entendido en estas cosas. 

Yo había visto en una peli que los nazis le sacaban muy buen provecho a esta parte del cuerpo. Pero el susodicho me dijo que aquello no daba ni para una cartera, ni siquiera para una petaca, como el cerdo, por ejemplo, tan similar en cuestión de piel (y de otras cosas); que todo lo más podía hacerme un monedero –“y luego a luego no sé para qué. Es que, tú fíjate, si parece de Hong Kong. Es que no parece ni piel. Ni siquiera humana”-, me sentenció con sorna. Y no era por su poca cantidad, porque, para pellejo, un político; sino por su clase. 

Al parecer, y eso yo no lo sabía, de las siete pieles que tienen para aguantar esos carrerones, se van desprendiendo por láminas, según interese y embaucar así a varias generaciones. Lo que se dice una hepidermis de tomo y lomo. O de siete tomos y un lomo: el nuestro.

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