jueves, 11 de mayo de 2023

Pobres

 

Los pobres han vuelto. No es que se hubieran ido (al campo, a la playa, a una casa rural, que es adonde suelen ir), sino que de nuevo se han instalado en la retina, en el meollo de la gente. Y no para bien. 

La primera vez de esta percepción perversa de los pobres fue tras la peste que asoló Inglaterra mediado el XVII -ahora es otra y tiene orejas-. Fue tal su aumento, que la rampante burguesía mercantil puritana los empezó a ver con recelo -o la sospecha como lógica social-, y su molestia los volvió inmorales, como un subproducto impropio, indeseable (y delator) de tal sociedad ideal. 

Y como el pobre pasó a ser también mendigo y vagabundo, el sentir medieval hasta ahí predominante, que los naturalizaba y veía como medio de redención, desapareció, y pasaron a ser lo peor. Un peligro desestabilizador. Hasta que la familia, la propiedad privada y el estado (y el sindicato) los reconvierte en clases subalternas, o lo que con sarcasmo otros llaman clase media baja. Y que la Onu y otros tinglados, con esos baremos que se gastan al medir a un noruego con un ruandés, al final ha acabado llamando nuevos pobres, o ricos que no llegan a fin de mes. 

Y quien más quien menos empieza a mirar al vecino como si fuera etíope, que es como un pobre mira a otro pobre. Y a los niños -que siempre son la última esperanza blanca de la clase media en vías de extinción- se les previene contra el pedigüeño, el pordiosero, el tirado, el sintecho, inculcándoles un pavor y una hostilidad que vienen del propio miedo de los padres: a tener también ese futuro. Siendo en ese temor, no a lo desconocido sino a lo posible, en lo que se sustenta el nuevo miedo al pobre, ese espejo no reconocido pero real y temible. Y que empieza a dominar las conductas. 

De ahí lo importante de la apariencia, el mensaje, comunicar que no eres pobre, aunque sí necesites algo del reparto, que es como esto funciona. Esa ambigüedad desambiguada al loro y con tiento, como pose vital. Algo así como las siete y media según Muñoz Seca, que el no llegar da dolor, pues indica que maltasas y eres del otro deudor, más ay de ti si te pasas. Si te pasas, ¡es peor!

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