martes, 6 de junio de 2023

El debate

A nadie le gusta que le digan la verdad a secas, como plato único. De hecho, la sinceridad es hoy algo incivil, y un pecado, un vicio tan secular como religioso en un mundo en el que todo se funde en el patetismo de la corrección. 

Antes, cuando aún existía el futuro, eso que hay antes del postre, inimaginable ya, del retiro feliz, se podía decir (la verdad) como antesala del segundo plato. Así se lograron las grandes victorias, con sus millones de víctimas también. Pero en pleno futuro-presente, o viceversa, ya no hay nada creíble que prometer para después. Ni carne ni pescado. Y la realidad resulta tan sucia, profana y vacía que solo a un imbécil se le ocurriría sacarla del arca para venderla. 

El buen paño prometido ha de venderse sin exhibirlo. Relatándolo. Charlataneándolo. Eso lo entendió hace tiempo la derecha, por así decir, y cierta izquierda, por así decir, criada ya en las nanas y cuentos virtuales del nuevo mundo. De ahí los achaques contra ella por querer jugar con la baraja del enemigo, la comunicación o propaganda del más allá; o la indecisión sanchista de recurrir a lo hecho -lo real-, como meritocracia positiva, corriendo el riesgo, claro, de evidenciar también lo que ha dejado de hacer, como por ejemplo: 

-Mejorar el sistema de autónomos o los servicios de la dependencia.

-Digitalizar la justicia.

-Ley de familias, del ELA, de salud mental, de equidad del sistema de salud, del derecho de defensa, o contra el fraude, de protección laboral para trabajadores enfermos graves, de la libertad de expresión, de acceso a banda ancha en el campo .

-Nacionalizar saharauis nacidos bajo la soberanía española.


-Gratuidad del primer ciclo de educación infantil, etc, etc.

Así pues, de salida, la ventaja es para los charlatanes capaces de vender la nada como segundo plato. Aparte de que el rojerío, tratando también de vender ese segundo plato, y en aras de la verdad, además, se volverá a asar en las parrillas (tanto mediáticas como sin mediar), favoreciendo así al redivivo bipartito PPSOE, y aunque esa inmolación sea insuficiente para ninguno o incluso no sirva para nada. 

Pero una cosa está clara. En el debate de mierda -o debates: seis toros, seis, ha pedido para encerrarse el Niño de Moncloa- que se avecina, el primero que eche mano de la realidad para intentar vencer -convencer es otro mito-, ese, pierde.

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