lunes, 18 de marzo de 2024

Autocrítica (2005)

Desde las filas gubernamentales y sus medios, o al revés, que también valdría, se viene difundiendo la especie peluda y sospechosa de que en la oposición no hay autocrítica.

Es lo que tiene el poder de autocrático: que enseguida los torna amonestativos y hasta que no moralizan lo más humilde y microscópico del tuétano social, no para. Yo mismo, cuando fui reconquistado, recibí de una de esas políticas que gastan bota alta incluso en verano, una auténtica avanzadilla de majano de estas marieclaires de ahora, el consejo magnánimo de que “hiciera examen de conciencia”. 

A lo que se ve, todavía no habían alcanzado ese laicismo de tejavana con que tratan de enseñorearnos. Mas como la conciencia me pillase a trasmano, pues hay cosas que, de puro virginales, si no las pierdes a tiempo y te enfangas, no disfrutas, y dado que uno es más de autocrítica, otro gallo le hubiera cantado a la doña de haber pedido de ese percal, que es como pedirte algo de suelto, pues quién puede negar un poco de calderilla espiritual a quien limosnea el cielo. Por eso me jode ahora no estar en la oposición. Con lo bien que me lo pasaría autocriticándome.

La autocrítica, además de perversa, por ser la quintaesencia en la que de adultos reconvertimos todas nuestras perversiones polimórficas infantiles, los progres la hemos convertido en la octava virtud teologal que faltaba para el duro; la cualidad imprescindible de la secularización para que grupos e individuos se autoexaminen el corvejón interno. Y se autoexculpen. Porque nadie suspende, claro. Pero queda muy bien y como muy maoísta pedírsela al contrario. Por si se niega. “¡Ah, lo veis, lo veis! ¡No tiene autocrítica, no tiene autocrítica!”, dicen; me dijeron a mí el otro día, no ya un político, sino algo mucho peor, eso llamado entorno inmediato (qué siniestro), también llamado familia, por hacerles unos gazpachos pasados de sal. Y aunque yo siempre me defiendo –asumiéndolo, eso sí– con que la sal es buena para el cerebro, no me vale. 

Es entonces, tal vez por estar en esos momentos rodeados por la estulta y tenaz influencia del campo, cuando me sacan lo del maoísmo y aquella vez que hice autocrítica, la última, no se me olvidará, delante de dos médicos arribistas –y no por ser del diario Arriba, precisamente–, autoinculpándome como un vulgar detective (si Marlowe levantara la cabeza, u otra cosa...) no sólo de haberme puesto ciego de caracoles con cerveza en las tascas del ferial, sino también, qué más daba ya, del escaso espíritu revolucionario imperante en el grupo, que por cierto provenía en buena parte de la OJE.

Desde entonces, cuando oigo la palabra autocrítica, me busco la cartera. Bueno, el monedero, que siempre ha habido clases. La virtud sale cara. Por las mismas, los caras suelen mencionar la virtud, por eso al que pierde ahora unas elecciones se le pide que haga ejercicios espirituales. Franco, que supongo hubiera suscrito aquella frase de Bush, cuando se agarró a pepinazos con Sadam, de que éste había sufrido en realidad un vuelco electoral, los hizo obligatorios durante cuarenta años –37 en zona roja– y llegaron a ser un hábito consuetudinario tal, que, las cosas como son, hoy ayudan lo suyo a sus supervivientes en la remonta de las crisis de autoestima por falta de respetable. Porque lo que es opositar hay que tomárselo con calma. 

Es lo que hizo Felipe González en sus cuatro años de oposición. Como si se presentara a notarías. Siendo justo y necesario, pues, que exijas lo mismo a los derrotados de ahora, que en vez de autocrítica se pasan el día dando por saco con esa tontuna de hacer oposición, y van a gobernar –algo que ya quisieran los otros– volver donde mismo y perder –algo que también los otros quisieran– de nuevo la oportunidad de autocriticarse como Dios y Mao mandan. Porque, ¿ustedes han visto a algún gobernante autocriticarse? Mejor dicho: ¿ustedes han visto a algún gobernante gobernar?

Autocrítica en estado puro, y duro. Quizá por eso es
tan escasa.
Eso era antes. En plena época minimalista, lo que se impone es un repaso completo a cada pequeña decisión. El deconstructivismo exige de cada error un análisis profundo. Antes de tirar una mus de zanahoria al contenedor, o guardarla para la suegra, qué menos que determinar los intríngulis más recónditos que la hicieron desfallecer ante una mesa perfecta, dichosamente puesta de boutiques de franquicia. Cómo si no podremos hacer entender al resto del mundo nuestra nueva estrategia de la Alianza de las Civilizaciones, que suena así como a peli de Tarzán pero más seria de lo que parece.

 O cómo explicar allí donde no llegue el grupo Prisa, y no obstante lo anterior, esa guerra librada en nombre de las demás libertades con la confesión histórica y más importante del país, contra lo que ha advertido el propio Felipe González –que, por cierto, está haciendo más oposición que nunca– y uno de cuyos últimos episodios ha sido pedir a los obispos que censuren unas páginas de internet, ominosas para el Gobierno, cuyo buen nombre (ya mencionado más arriba) ha quedado en entredicho. Un escándalo. No que cierren la COPE (como apadrinadora de la cosa), que sería lo normal. No. ¡Que se autocritiquen!

Lo anterior demuestra que no todo el mundo está preparado para llegar al gobierno. Bien sea por haber hecho pocos cursillos; bien por haberlos hecho en demasía. Pero dónde se ha visto que un poder terrenal y de bonsái exija al de toda la vida que haga examen de conciencia, y para más INRI bajo esa fórmula prosaica y pequeñoburguesa de la autocrítica. El rebaño amonestando a los pastores. A eso se le llama subversión. Y maoísmo. Y esto último sí que es grave, y ya hemos llegado al meollo, que ya era hora, porque eso indica que los mismos maoístas que tachaban al PP de haberse pertrechado para gobernar, puede que ya se les hayan infiltrado a estos pobres. 

Permanezcan atentos a sus pantallas, porque en cuanto la ministra portavoz anuncie un día que, a la vista de tanta crítica, para curarse en salud el Gobierno se está haciendo una autocrítica, como quien se hace una permanente, esa será la señal de que, bajo esa maniobra aparentemente inocente y políticamente correcta, el famoso bucle maoísta de la historia habrá aterrizado de nuevo y anda ya agazapado dispuesto a manipular las relaciones de poder. Y es que los enanos pisaverdes y zainos estamos por todas partes. Para eso somos expertos en autocrítica. Nos ha jodido.

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