viernes, 29 de marzo de 2024

El mozaje

Los adolescentes están cada día más locos. Literalmente. Es como un virus que da la cara en cuanto llegan a la ESO esa, que parece inventada, diseñada como una mili púber para superar la edad del pavo -y así está de fracasos-, un campamento con jura de bandera de apollardamiento extático.

Y les da el yuyu, pasan a la fase lunar chiripitifláutica, entran en bucle, se agarran al móvil, y adiós mis pavos. O sea, hasta los treinta o así, cazando moscas en modo avión. 

A todo esto, que bien podría ser un síndrome de la época, bien psicologizado y debidamente cronificado por el estado terapéutico, se le diagnostica como mala salud mental juvenil, habiendo pasado los zagales, de ser mozos, a siniestrados del coco, pues, como ya no quieren ser toreros ni futbolistas -bueno, ellas, sí, y por ahí se libran-, todo lo más influencers, y aunque quisieran tampoco pueden ser otras muchas cosas, se conforman con ser eso -no estar, más bien p’allá que p’acá, que es lo grave y divisorio entre ayer y hoy-. 

Y lo asumen como un estado, si no natural, sí traído de serie y difícil de dasaturdir -y la prueba son los suicidios y enfermedades mentales reales entre ellos-, quizá por esa misma autopercepción de tocados que practican ya desde la escuela, haciendo de ello un oficio, de tinieblas que diría otro. No hay más que oírlos hablar, entre maratón y maratón de móvil con pinganillo, con toda naturalidad sobre sus problemas mentales y tratamientos, con esa afinidad, o complicidad, de los colegas de psicólogo, que por cierto resulta ser uno de sus grandes apoyos para relacionarse, también para ligar, aunque no sea su propósito. 

Y lo curioso es que lo hacen utilizando como temática principal el mundo de las relaciones, esa otra asignatura troncal de esa generación, obligatoria para ellos, teniendo que aparecer como versados en ella si quieren seguir en la brecha, de género u otras, y no ser expulsados al inframundo. Y ahí los tienes, como niños bigardos -pues ya no son esos locos bajitos que cantaba Serrat-, hablando (a veces) de sexo, de locura, tan intercambiables, para sobrevivir a los diecisiete, veinte o quince, a la locura que les ha tocado y que sólo ellos podrán reventar con la suya propia, cuando se den cuenta de que, además de locuelos, son personas. 

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