jueves, 20 de junio de 2024

Créditos

 

El doble envite (todavía ni truque ni órdago) de Sánchez a jueces y medios tiene su base en algo que ambos envidados perdieron hace tiempo: la credibilidad.

No es que él tenga mucha, pues solo es creíble como jugador ventajista, o mejor como gran apostador de ruleta rusa política, tanto con la vida de los demás como con la suya, y por ahora va saliendo airoso, aunque nosotros, no tanto. 

Pero rara vez toma una decisión despótica, arriesgada o incluso de vértigo que no se ampare en cierta percepción social, equivocada o no, lo suficientemente extendida. Así, se sabe que fue Felipe el que empezó con la desrousseauficación del tercer poder, antes de que Aznar, aprovechando ese Pisuerga, se apuntase al ningumangoneo, y así sucesivamente. Y los jueces, mutis. Les iba muy bien. Y ya, con “la llamada” (del poder de verdad) en el Procès, se subieron a la parra. 

Pero, para el usuario, la tardanza de la justica (o injusticia) sigue, su precio aumenta y su intrincada singladura persiste. Y la maldición de la gitana nos persigue como una condena: pleitos tengas y los ganes. A quién le extraña pues que haya tanta gente conforme con la amenaza de su varapalo y ramaleo. Además de verlo como un ajuste de cuentas entre poderes, ajenos y que hay que sufrir. 

Con los medios, ese poder más pedestre y más cercano en apariencia, se da otra cuestión que los neutraliza: su dependencia del dinero público, pues están al pairo. Y, claro, se les ve mucho el plumero. Hasta la alevosía y el cinismo, pues ya no buscan ni la credibilidad. Y no porque se hayan feminizado hasta el orgasmo. Hasta los informativos los llevan las mujeres. Aunque no los de la noche. ¿Para salvar audiencia?¿Falta de paridad?¿Escasa credibilidad femenina? 

De todo hay, pero en el diluvio de información incierta, el público lo que busca son flashazos que le confirmen sus percepciones y le rebajen el ahogo improcesable. Y la credibilidad ha dejado de ser la gran razón de ser de los medios, para pasarse al podcast y al relato (tan cercano a la ficción), al modelo internet, haciéndose así, contingentes, irrelevantes. El asunto es cuanto tardarán los gobiernos en ir a por ese nuevo modelo en el que todo el mundo parece navegar y hasta vivir.

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