viernes, 12 de julio de 2024

De visita

 

Por razones que no vienen al caso, el domingo volví a pasear por la ciudad después de treinta y cinco años de no pisarla en ese día de la semana.

Y he de decir que por un momento temí que los papelines arrojados al suelo, el polvo de la estepa o incluso algún rodano ilustrasen la soledad de las calles recorriéndola como en un espagueti western. Y es que no había ni perros sueltos, esa cosa hoy tan peregrina. 

Es más, es que no había ni turistas, algo inimaginable en estos días. Podría decir que yo era el único turista, pero ni eso, pues en ese instante era solo una pieza de atrezo más de un escenario abandonado en un instante duradero. Y esa integración en el paisaje como mueble decorativo, como un extra sin sueldo, me descartaba como sujeto presencial de la nada de antes de la caída de la tarde. Y fue cuando me di cuenta de repente que me había convertido en un turista en mi propia ciudad, algo a lo que la gente se resiste, y siempre me ha llamado la atención, con esa reticencia palurda del urbanita reciente que somos casi todos, a hacer turismo en el propio territorio. 

Y es que hay mucha gente que no se atreve a vagar, a perderse en sus ciudades, y no por conocerlas de sobra, que es excusa, sino por ese temor ancestral a ser tomado por forastero cuando al fin y tras mucha ansia se ha adquirido carta de ciudadano de un asfalto cualquiera; ese complejo advenedizo de no querer que te tomen por nuevo en esta plaza, que se diría en plan taurino. 

De resultas, los turistas se andan adueñando de rincones, de viejos mentideros, de los desvanes de la urbe. Y no es porque posean más dinero, o más tiempo. Es porque, además de que las ciudades siempre fueron más de los que ocupan sus calles que de sus moradores -y su esplendor pasó cuando esa pasión burguesa por ser ambas cosas cedió a la indigencia vital del residente apático-, el visitante busca la fe perdida, esa que el local perdió hace tiempo. Y todos somos ambas cosas. Por eso todos somos turistas solo a ratos, y mobiliario urbano (y escondido) casi siempre. Y nos quejamos de la gentrificación. Aunque yo me pregunto si no deberíamos más hablar de muermo.

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