miércoles, 17 de julio de 2024

La Roja


Hacia 1970 se hizo trending topic una pancarta exhibida en San Mamés que decía: viva Rojo I, viva Rojo II y todos los rojos. Era cuando los rojos iban al fútbol, evidentemente. Apretada en el graderío y luego como morcilla entre las fotos de la crónica futbolística, fue toda una sensación y todo lo que daba de sí un régimen informativo a pan y agua. 

Hoy, en un régimen dizque totalmente distinto, en el momento en que Pedro Sánchez, en plan más que pagafantas, pagafantasmas, ha anunciado un paquete de cien millones, cien, de ayudas a los medios, también es cada día más difícil encontrar una información potable por las páginas. ¿Por qué será? 

Pero volvamos al rojo. O al rosa, que es más bien el desteñido en que va quedando ubicado dicho color, por cosas de la época, mayormente. Como por cosas de la época Luis Aragonés, alias Luis antes de ser armado caballero por la prensa triunfalera, se sacó lo de La Roja para lograr la empatía de una afición ciclotímica. 

Era un modo de centrar la identificación hasta simplificarla en un pigmento. Y la cosa funcionó aprovechando la inercia de otra época que ya estaba siendo llevada al tinte y desapareciendo. Que es lo que le pasa ahora a esa denominación de origen. 

Cada vez hay menos público que cuestione los colores de la selección, ni siquiera los catalanes, por compartir los mismos, y el recurso barato del rechazo de Otegui y su ikurriñización universal es casi patético. Pero bastante más que hace una década que rechaza esa connotación sesgada hacia el zurdismo entre líneas de una equipo que es visto ya más como un patrimonio simbólico general e identitario, que hay que preservar de las lindezas típicas de su manipulación por otras instancias. 

Por eso es de agradecer, en estos tiempos bloquistas en crisis política permanente, que haya como cierto consenso en no meter cizaña en algo tan revulsivo y concitador ejecutado además por un grupo de chicos más a la manera lúdica que competitiva, y que sea simplemente la selección nacional. El peligro está en que ya hay quien quiere que sea algo más, o sea nacionalista. Y eso, no es que sea de otra época. Es que, aún peor, sería muy de esta. 

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