Debe de ser por aquello que gritaban los Sex Pistols, “¡¡No future!!”, pero nunca nuestra sociedad estuvo tan colgada con el ayer. Parecemos movernos de continuo en una ola retro, camp, recuperacionista, alimentando la nostalgia todo tipo de modas y consumos culturales, también por la juventud, que fiel siempre a la época de sus abuelos, aunque no sea más que para combatir a los padres, añora un pasado lejano y nunca vivido pero que ha hecho suyo -la Guerra Civil, el fascismo, y luego a luego Paul McCartney-, poniendo así sobre el tapete tres etapas, casi cien años, que juntos y tamizados por la perspectiva actual, y bien alimentado por la ficción como forma principal hoy de educar (y de informar) los gustos y los estilos de vida, forman tal batiburrillo que, francamente (con perdón), ya dudas de si era leche en polvo americana o un batido multiproteínico supervitaminado lo que te daban en Los Enanitos después de cantar el Caralsol y antes de entrar a clase.
Y lo dudas porque te repiten sin parar que tú no sabes de aquello, pues no se trata tanto de vivir como de revivir, que es más viral, menos carnal y más guay, y los que lo saben son ellos. –Hay que ver lo poco que les gusta leer y cuánto reescribir-. Así es como se cierra el círculo vital.
El joven recuerda a partir del ayer cómo puede ser el mañana (proyecta), el adulto recuerda lo que pudo haber sido y no fue (ejecuta) y el viejo recuerda el pasado, sea o no real (y fracasa). La conclusión es que, te pasas la puta juventud soñando lo que te digan, y la puta vejez deseando no haber soñado nunca lo vivido.
Una lucha encarnizada a la
conquista del pasado, en las ideas, el voto, el sexo, el ocio, cuya segunda
víctima es él mismo (la primera es el futuro), y que abarca, enmascarada en el
tópico de ese ser p’allá que ya eres tú, reinante y mal recordador, de archivos
fallones, la tercera gran cancelación, la del viejo, que junto con la de la
enfermedad y la muerte configuran ya la triada definitiva de tabúes, de nuevas prohibiciones
del nuevo mundo, que viene, que ya está aquí, mientras, por supuesto, nos
dolemos del triste fin de las Repúblicas.
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